domingo, 10 de mayo de 2020

Día galdosiano, año galdosiano. La conjuración de las palabras



Tal día como hoy,  el 10 de mayo de 1843, nacía en Las Palmas de Gran Canaria Benito Pérez Galdós.  Morirá en Madrid el 4 de enero de 1920. 

En este año galdosiano, porque se conmemora el centenario de su muerte, vamos a recordar a Galdós, con sus textos, con sus palabras. Y no hay mejor forma que difundiendo este bellísimo  cuento alegórico del autor sobre las palabras del diccionario...

Estatua a Galdós en El Retiro (Madrid). Foto tomada en el homenaje realizado el  4/1/2020,
 con motivo del centenario de su muerte. Foto: MAR

La conjuración de las palabras


Cuento alegórico 


Érase un gran edificio, llamado Diccionario de la Lengua castellana, cuyo tamaño era tan colosal y fuera de medida que, al decir de los cronistas, ocupaba casi la cuarta parte de una mesa, de estas que, destinadas a muchos usos, vemos en las casas de los hombres. Si hemos de creer a un viejo documento hallado en un viejísimo pupitre, cuando ponían al tal edificio en el estante de su dueño, la tabla que le sostenía amenazaba ruina, con detrimento de todo lo que encima había. Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía un ancho cartel con letras doradas, que decían al mundo, a la posteridad, el nombre y la significación de aquel gran monumento.

Por dentro era una maravilla tan curiosa, que ni el mismo laberinto de Creta se le igualara. Dividíanlo hasta seiscientos tabiques de papel con sus números llamados páginas, cada tabique estaba subdividido en tres galerías o columnas muy grandes, y en estas galerías se hallaban innumerables celdas, donde vivían los ochocientos o novecientos mil seres, que en aquel vastísimo y complicado recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban palabras.
Una mañana sintióse un ruido de voces, patadas, choques de armas, roces de vestidos, llamamientos y rumores, como si un numeroso ejército se levantara y vistiera con grande prisa, apercibiéndose para una atroz y descomunal batalla. Y, a la verdad, batalla o cosa parecida debía ser, porque a poco rato salieron todas o casi todas las palabras del Diccionario, formadas en orden, con fuertes y relucientes armas, formando un escuadrón tan grande que no cupiera en la misma Biblioteca Nacional. Magnífico y sorprendente era el espectáculo que este ejército presentaba, según me dijo el testigo ocular que lo presenció todo desde su escondrijo inmediato, el cual testigo ocular era un viejísimo Flos sanctorum, forrado en pergamino, que en el propio estante se hallaba a la sazón.

La comitiva avanzó hasta que estuvieron todas las palabras fuera del edificio; trataré de describir el orden y aparejo de aquella procesión, siguiendo fielmente la veraz, escrupulosa y auténtica narración del Flos sanctorum.

Delante venían unos heraldos llamados Artículos, vestidos con relucientes dalmáticas y cotas de finísimo acero: no llevaban armas, y sí los escudos de sus señores los Sustantivos, que venían un poco más atrás. Estos formaban un número casi infinito, y estaban todos tan vistosos y gallardos que daba envidia el verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos, en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de paños de Segovia con listones de oro y adornos recamados de plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, a modo de senadores venecianos. Unos venían caballeros en poderosísimos potros cordobeses, y otros a pie. Algunos había también menos ricos y lujosos que los demás; y aún puede asegurarse que había bastantes pobremente vestidos, si bien éstos eran poco vistos, porque el brillo y esplendidez de los otros, como que les ocultaba y obscurecía. Al lado de los Sustantivos estaban los Pronombres, que iban a pie y delante, teniendo la brida de los caballos, o detrás, sosteniendo la cola del vestido de sus amos, o guiándoles a guisa de lazarillo, o bien dándoles el brazo para sostén de sus flacos cuerpos; porque, sea dicho de paso, también había Sustantivos muy valetudinarios y decrépitos, y algunos parecían próximos a morir. También es cierto que había algunos Pronombres que se hallaban allí representando a sus amos, que se habían quedado en cama por enfermos o perezosos, y estos Pronombres formaban en la línea de los Sustantivos, como si de tales hubiera categoría. No es necesario decir que los había de ambos sexos; y las damas cabalgaban con tanto donaire como los hombres, y aún esgrimían las armas con tanto desenfado como ellos.
Detrás venían los Adjetivos, todos a pie, y eran como servidores o satélites de los Sustantivos, porque formaban al lado de ellos y atendían a sus razones para obedecerlas. Era cosa sabida que ningún caballero Sustantivo podía hacer cosa buena sin el auxilio de un buen escudero de la familia de los Adjetivos; pero éstos, a pesar de la fuerza y significación que prestaban a sus amos, no valían solos ni un ardite, y se aniquilaban completamente en cuanto quedaban solos. Eran muy brillantes y primorosos sus vestidos y adornos, de colores vivos y formas muy determinadas; y lo más particular era que cuando se acercaban al Sustantivo, éste tomaba el color y la forma de aquellos; quedando transformado al exterior, aunque en la esencia el mismo.
Como a diez varas de distancia venían los Verbos, que eran unos seres de lo más extraño y maravilloso que puede concebir la fantasía.
No es posible decir su sexo, ni medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad, ni definirlos con precisión ni exactitud. Baste saber que se movían mucho y a todos lados, y tan pronto iban hacia atrás, como hacia adelante, y se juntaban dos para andar juntos. Lo cierto del caso, según me aseguró el Flos sanctorum, es que sin tales Verbos no se hacía cosa a derecha en aquella república, y, si bien los Sustantivos eran muy útiles, no podían hacer nada por sí, y eran como unos instrumentos ciegos cuando no los dirigía algún Verbo. Tras estos venían los Adverbios, que tenían cataduras de pinches de cocina: no servían más que para prepararles la comida a los Verbos y servirles en todo. Es fama que eran parientes de los Adjetivos, como lo acreditaban viejísimos pergaminos genealógicos, y aun había Adjetivos que servían en la clase de Adverbios, para lo cual bastaba ponerles una cola o falda en esta forma: mente.

Las Preposiciones tenían un cuerpo enano; y más que personas parecían cosas que se movían automáticamente: iban junto a los Sustantivos para llevar recados a algún Verbo, o vice-versa. Las Conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y había especialmente una llamada que, que era el mismo enemigo y a todos los tenía revueltos y alborotados, porque indisponía a un señor Sustantivo con un señor Verbo, y a veces trastornaba lo que éste decía, variando completamente el sentido. Detrás de todos venían las Interjecciones, que no tenían cuerpo, sino tan sólo unas cabezas con una gran boca, siempre abierta. No se metían con nadie, y se manejaban solas; que, aunque pocas en número, es fama que sabían hacerse valer.

De esas palabras algunas eran nobilísimas, y llevaban en sus escudos delicadas empresas, por donde se venía conocimiento que tenían abolengo latino o árabe; otras no tenían alcurnia antigua, y eran nuevecillas y de poco más o menos. Las nobles las trataban con desprecio. Algunas había también que estaban en calidad de emigradas de Francia, esperando el tiempo para adquirir nacionalidad. También había algunas que se caían de puro viejas, y estaban arrinconadas, aunque las demás tenían consideración a sus canas; y las había también tan petulantes y pretenciosas, que despreciaban a las demás mirándolas desdeñosamente.
Llegaron a la plaza del Estante y la ocuparon toda. El Verbo Ser hizo una especie de cadalso o tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí había, y subió a él con intención de hablar; pero le quitó la palabra un Sustantivo muy travieso y hablador, llamado Hombre, el cual, subiendo a los hombros de sus edecanes, los nobles Adjetivos Racional y Libre, saludó a la multitud quitándose la H, que a guisa de sombrero le cubría, y empezó a hablar en estos o parecidos términos:

“Señores: la osadía de los escritores españoles ha irritado nuestros ánimos, y es preciso darles justo y pronto castigo. Ya no basta introducir en sus libros palabras francesas, con gran detrimento nuestro, sino que cuando por casualidad se nos emplea, trastornan nuestro sentido y nos hacen decir lo que no significamos. (Bien, bien) De nada sirve nuestro noble origen latino, ni la exactitud de nuestro significado. Se nos desfigura de un modo que da grima y dolor al recordarlo. Así, permitidme que me conmueva, porque las lágrimas brotan de mis ojos y no puedo reprimir la emoción.” (Nutridos aplausos.).

El orador se enjugó las lágrimas con la punta de la e, que le servía de faldón, y ya se preparaba a continuar, cuando le distrajo el rumor de una disputa que no lejos se había entablado.

Era que el Sustantivo Sentido estaba dando de mojicones al Adjetivo Común, y le decía:

-Perro, follón y sucio vocablo; por ti me traen asendereado, y me ponen como salvaguardia de toda clase de desatinos. Desde que un escritor no entiende palotada de una ciencia, se escuda con el Sentido-Común, y ya le parece que es el más sabio de la tierra. Vete, sucio Adjetivo, lejos de mí, o te juro que no saldrás con vida de mis manos.

Y al decir esto, el Sentido enarboló la t, y dándole un garrotazo con ella a su escudero, le dejó tan malparado, que tuvieron que ponerle un vendaje en la o, y bizmarle las costillas de la m, porque se iba desangrando por allí a toda prisa.

«Haya paz, señores -dijo un Sustantivo Femenino llamado Filosofía, que con dueñescas tocas blancas apareció entre el tumulto. Mas en cuanto le vio otra palabra llamada Música, se echó sobre ella y empezó a mesarla los cabellos y a darla coces, cantando así:

-Miren la bellaca, la sandía, la loca; ¿pues no quiere llevarme encadenada -con una Preposición, diciendo que yo tengo Filosofía? Yo no tengo sino Música, hermana. Déjeme en paz y púdrase de vieja en compañía de la Alemana, que es obra vieja loca.

-Quita allá, bullanguera -dijo la Filosofía arrancándole a la Música el penacho o acento que muy erguido sobre la u llevaba: -quita allá, que para nada vales, ni sirves más que de pasatiempo pueril. 

-Poco a poco, señoras mías -gritó un Sustantivo, alto, delgado, flaco y medio tísico, llamado el Sentimiento. A ver, señora Filosofía, si no me dice usted esas cosas a mi hermana o tendremos que vernos las caras. Estese usted quieta y deje a Perico en su casa, porque todos tenemos trapitos que la lavar, y si yo saco los suyos, ni con colada habrán de quedar limpios.

-Miren el mocoso -dijo la Razón que andaba por allí en paños menores y un poquillo desmelenada, -¿qué sería de estos badulaques sin mí? No reñir, y cada uno a su puesto, que si me incomodo...

-No ha de ser -dijo el Sustantivo Mal, que en todo había de meterse.

-¿Quién le ha dado a usted vela en este entierro, tío Mal? Váyase al Infierno, que ya está de más en el mundo.

-No, señoras, perdonen usías, que no estoy sino muy retebién. Un poco decaidillo andaba; pero después que tomó este lacayo, que ahora me sirve, me voy remediando.- Y mostró un lacayo que era el Adjetivo Necesario.

-Quítenmela, que la mato -chillaba la Religión, que había venido a las manos con la Política;- quítenmela que me ha usurpado  el nombre para disimular en el mundo sus socaliñas y gatuperios.

-Basta de indirectas. ¡Orden! -dijo el Sustantivo Gobierno, que se presentó para poner paz en el asunto.

Déjalas que se arañen, hermano -observó la Justicia-; déjelas que se arañen que ya sabe vuecencia que rabian de verse juntas. Procuremos nosotros no andar también a la greña, y adelante con los faroles.

¡Mientras esto ocurría, se presentó un gallardo Sustantivo, vestido con relucientes armas, y trayendo un escudo con peregrinas figuras y lema de plata y oro. Llamábase el Honor y venía a quejarse de los innumerables desatinos que hacían los humanos en su nombre, dándole las más raras aplicaciones, y haciéndole significar lo que más les venía a cuento. Pero el Sustantivo Moral, que estaba en un rincón atándose un hilo en l que se le había roto en la anterior refriega, se presentó, atrayendo la atención general. Quejóse de que se le subían a las barbas ciertos Adjetivos advenedizos, y concluyó diciendo que no le gustaban ciertas compañías y que más le valiera andar solo, de lo cual se rieron otros muchos Sustantivos fachendosos que no llevaban nunca   menos de seis Adjetivos de servidumbre.

Entretanto, la Inquisición, una viejecilla que no se podía tener, estaba pesando fuego a una hoguera que había hecho con interrogantes gastados, palos de T y paréntesis rotos, en la cual hoguera dicen que quería quemar a la Libertad, que andaba dando zancajos por allí con muchísima gracia y desenvoltura. Por otro lado estaba el Verbo Matar dando grandes voces, y cerrando el puño con rabia, decía de vez en cuando:

«¡Si me conjugo...!

Oyendo lo cual el Sustantivo Paz, acudió corriendo tan a prisa, que tropezó en la   z  con que venía calzada, y cayó cuan larga era, dando un gran batacazo.

Allá voy -gritó el Sustantivo Arte, que ya se había metido a zapatero.- Allá voy a componer este zapato, que es cosa de mi incumbencia.

Y con unas comas le clavó la z a la Paz, que tomó vuelo, y se fue a hacer cabriolas ante el Sustantivo Cañón, de quien dicen estaba perdidamente enamorada.

No pudiendo ni el Verbo Ser, ni el Sustantivo Hombre, ni el Adjetivo Racional, poner en orden a aquella gente, y comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos    en la desigual batalla que con los escritores españoles tendrían que emprender, resolvieron volverse a su casa. Dieron orden de que cada cual entrara en su celda, y así se cumplió; costando gran trabajo encerrar a algunas camorristas que se empeñaban en alborotar y hacer el coco.

Resultaron de este tumulto bastantes heridos, que aún están en el hospital de sangre o sea Fe de erratas del Diccionario. Han determinado congregarse de nuevo para examinar los medios de imponerse a la gente de letras. Se están redactando las pragmáticas que establecerán el orden en las discusiones. No tuvo resultado el pronunciamiento, por gastar el tiempo los conjurados en estériles debates y luchas de amor propio, en vez de congregarse para combatir al enemigo común: así es que concluyó aquello como el Rosario de la Aurora.

El Flos sanctorum me asegura que la Gramática había mandado al Diccionario una embajada de géneros, números y casos, para ver si por las buenas y sin derramamiento de sangre se arreglaba los trastornados asuntos de la Lengua Castellana.

Madrid, abril de 1868.

Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


Casa Museo de Galdós. Las Palmas de Gran Canaria. Foto: MAR



Pluma de Galdós. Mueso en Las Palmas de Gran Canaria. Foto: MAR





2 comentarios:

  1. Muy bueno, no lo conocía, gracias. Un abrazo.

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    1. Es una pena que se conozcan muy poco los cuentos de Galdós y son muy ingeniosos. A ver si con el Centenario los damos a conocer. Gracias, Fuencisla.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.