miércoles, 8 de diciembre de 2021

Darle a la lengua con Palabras hilvanadas

 

Una página de 476  del apartado "Expresiones relacionadas 

con el cuerpo humano", del libro Palabras hilvanadas: 

el lenguaje del menosprecio, escrito por  Margarita Álvarez Rodríguez.




En manos de un lector


 


 Darle a la lengua

 

La lengua también es un órgano de nuestro cuerpo que tiene mucho recorrido, sobre todo,  en el sentido metafórico de la palabra. De niños, empezamos a hablar con lengua de trapo o media lengua.  Esa media lengua,  a medida que crecemos, se va estirando y a veces termina siendo una lengua larga  o ligera, tanto que   terminamos siendo nosotros los largos de lengua. Si le  ponemos además mala intención, la lengua se alarga tanto que  ya no nos cabe en la boca por su tamaño y terminamos  poniendo la lengua en alguien, y  no con muy sana intención.


Por eso, en ocasiones,  conviene  atarla, porque se suelta demasiado o hay que mordérsela, para no decir algo inconveniente, o hay que ir con ella fuera, porque nos la  echa fuera   de la boca un sobreesfuerzo. Otras veces, se nos pega al paladar y no podemos hablar por sentirnos turbados  o no tenemos ganas de hablar y decidimos no despegar los labios, pues   la lengua nos la ha comido un gato.  Y  en algunos casos  se nos traba  o, simplemente, la tenemos gorda por haber bebido más de la cuenta.


 En esas circunstancias, nos pueden tirar de la lengua para que liberemos las palabras que tenemos en la punta, pero debemos tener cuidado para no irnos de la lengua, porque, una vez que lo hemos hecho,  las noticias  andan en lenguas, van  de lengua en lengua y terminan cayendo en poder  de las malas lenguas.


Podemos hacernos lenguas de alguien, con exquisita lengua de plata, para conseguir, a través del halago, un beneficio, pero faltamos al respeto a alguien cuando le sacamos la lengua. Y si usamos una  lengua  sucia  es posible que nos inviten  a metérnosla   en el culo, porque ese sería su lugar más adecuado. En ese caso, desde luego, la lengua tendría que ser muy larga para llegar a ese lugar del cuerpo.


Una vez que la tenemos  en pleno funcionamiento, podemos darle tanto a la lengua que se nos caliente y que tengamos  que refrescarla  echándola al aire. Hay hablantes que se van de la lengua, que  la convierten en mala lengua  e incitan a reñir a los demás buscando la lengua a alguien.


Y, por supuesto, hay  lenguas de todas las clases, desde la inofensiva del lenguaje de los niños,  hasta las  lenguas de gato, que comemos con gusto.  Las hay que son signo de peligro e inquietud, como las  lenguas de fuego,  y   las de las personas lenguaraces, que, a fuer de  deslenguadas,  se pueden transformar en lenguas viperinas. Lo mejor es  hablar lo justo y no echar la lengua a pacer, porque, aunque podamos rumiar las ideas, las palabras dichas no podemos devolverlas a la boca y rumiarlas, como hacen las vacas. Y, aun hablando poco, podemos cometer un lapsus linguae, porque la lengua es más rápida que el razonamiento.  Siempre conviene tener en cuenta lo  que decía Baltasar Gracián en El Criticón:

"Bien está dos veces encerrada la lengua y dos veces abiertos los oídos, porque el oír ha de ser el doble que el hablar".



 

En el estante de una librería


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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.