domingo, 22 de abril de 2018

El legado de los libros (I). Sentires y decires

          23 de abril, Día del Libro

El que lee mucho y anda mucho  ve mucho y sabe mucho. 
Cervantes


El contenido de los libros está hecho de palabras. Palabras sencillas, complejas, cultas, populares, científicas, poéticas, inventadas… Los libros incorporan también, en la voz de sus personajes, frases hechas de la vida cotidiana, proverbios… Pero los libros también nos devuelven sus palabras  llenas  de sentimientos, de ideas, de conocimientos. Y a veces nos regalan  palabras o frases  para que las incorporemos a nuestra lengua. Eso lleva a que muchos dichos del idioma, de uso común, procedan de los libros, especialmente de las obras literarias, pues en ellas luce la lengua en todo su esplendor. 

Trataré de recoger en este artículo, y en otros posteriores que lo completarán, unos cuantos de esos dichos populares introducidos en los contextos que los hacen posibles. Voy a hablar del uso figurado de la propia palabra libro y de expresiones tomadas de los libros.



Nuestra deuda con los libros 

Que los  libros hablan es de libro, y no solo nos cuentan cosas, sino que los nombres de los  personajes o de sus autores pueden convertirse en nombres comunes para calificar a personas que tienen características parecidas a las de los personajes ficticios: son los llamados epónimos. 

Según la RAE, un epónimo es la persona o cosa que tiene un nombre con el que se pasa a denominar un pueblo, una ciudad, una enfermedad, una época… El nombre de Alejandría procede de Alejandro Magno; América, de Américo Vespucio, cenicienta del cuento homónimo; alzheimer de Alois Alzheimer; romano de Rómulo; guillotina, del médico francés Guillotin…

Nosotros, imitando a los libros, también queremos hablar como un libro abierto. Como el libro gordo de Petete y tantos otros que conocen bien los ratones de biblioteca, que no se asustan ante los tochos.

Aunque algunos no saben elegir bien o simplemente no eligen, porque no leen, y se meten en libros de caballerías, porque  no está una materia en sus libros.

Pero no todos los libros hablan por igual, y  así, a vuelta de hoja, nos podemos encontrar desde que nacemos con el libro de familia, que da fe de que existimos, pero, aunque la familia sea larga, el tal libro no   ha pasado nunca de folleto. Luego nos vemos calificados en los libros de escolaridad, cuyo tamaño es inversamente proporcional a nuestras calificaciones. Y de adultos, en algunas ocasiones, tenemos que escribir o firmar  en libros de actas, textos que no suelen ser  la mejor “literatura”. Luego nos adjudicamos  un libro de cabecera, un libro de verdad que acompaña nuestros sueños, pero que debemos leer despiertos si queremos que la lectura sea productiva. 

Los medios de comunicación nos hablan, a veces,  de libros “de colores”: el libro rojo (recoge citas y discursos del dirigente chino Mao), libro azul (estudio sobre ovnis realizado por el ejército de EEU), o los famosos libros blancos que tratan de ser la panacea para presentar proyectos y  tomar luego decisiones acertadas. Nombres curiosos  en que parece que nos fijamos en el color de su papel, cuando en realidad debemos fijarnos en su contenido. ¿Y cuántas veces hemos tenido que pasar página de algún “libro” descolorido o incoloro con el que nos hemos encontrado en la vida?

No está en manos de cualquier persona  escribir un libro, a pesar de que, según el dicho popular, para realizarse en la vida, además de tener un hijo y plantar un árbol, debemos escribir un libro. Cosa que no es fácil, ni aun echando mano de un libro de estilo… Pero si escribimos, y llegamos a ser reconocidos en la labor, quizá acabemos  firmando, algún día, en un libro de oro o libro de honor.

En la literatura universal hay auténticos  libros de oro que también han dejado huella en el idioma: en palabras y en  dichos populares. A la cabeza de todos, el libro más importante de la literatura universal: La Biblia

De lo que es muy importante o valioso decimos que es la Biblia en verso. La paciencia tiene como máximo referente al santo Job. La pureza, a la Virgen. La catástrofe y destrucción son un apocalipsis.  En los momentos de apuro pasamos las de Caín, vivimos un viacrucis o un calvario, lloramos como una magdalena, llevamos una pesada  cruz… Somos malos como Caín, Judas,  Herodes o Barrabás. A la envidia que implica maldad la llamamos cainismo. Nos lavamos las manos como Pilatos, incluso algunos se venden por un plato de lentejas. Hemos tenido lazaretos… Y cuando llueve mucho parece  que vuelve el diluvio universal. La lista de referencias, ¡Jesús, María, José!, sería muy larga. Se abordará en otro artículo específico.





Otras grandes obras también han incorporado expresiones e epónimos al idioma: ser una celestina, una trotaconventos, un lazarillo... Y es el Quijote la obra que más ha incorporado. Palabras como quijote y, su variante en femenino, quijotesa, se usan para denominar a personas que anteponen sus ideales a su conveniencia; quijotesco, para definir lo idealizado; quijotada, para  hablar de la actitud de alguien que lucha de forma inútil contra la realidad, quijotescamente

Plaza de España. Madrid

De la misma obra tomamos la expresión ser el bálsamo de Fierabrás, el bálsamo que lo cura todo. A los jamelgos de mal aspecto les llamamos rocinantesPancista o sachopancista llaman algunos a las personas que carecen de ideales y son conformistas. Estas y otras muchas surgen a partir de las obras  cervantinas.

Pero también hay ejemplos tomados de obras de otros autores. A los solitarios les llamamos robinsones. A las personas necias, cacasenos (de la obra Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, de J. C. della Croce). A los que escritores que usan un estilo muy retorcido, gerundios (de la obra Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes).  A los que tienen facilidad de palabra, cicerones (en alusión a Cicerón, el mayor orador de Roma).

Citas de textos también se han convertido en dichos populares: Ladran, señal que  cabalgamos, para conjurar a los que ponen inconvenientes a nuestras acciones. La frase se atribuye a Cervantes, (Ladran, Sancho, señal…) pero es una atribución falsa, procede del poema Ladrador de Goethe. Con la iglesia hemos topado, "quiere" estar tomada del Quijote,  aunque hay un doble error en el uso de la frase, ya que lo que se dice en la obra cervantina es: "con la iglesia hemos dado, Sancho" y  se refiere a la iglesia solamente como edificio, no como institución. 


Ilustración de Mingote, en la edición de Martín de Riquer


En la Oda a la vida solitaria de Fray Luis de León aparece un verso que se ha convertido en dicho: (huir del) mundanal ruido. Los sueños, sueños son, nos llevan  a   la famosa obra calderoniana. La España de charanga y pandereta, que define una España tosca y conservadora, es un verso de Antonio Machado. Todo es según el color / del cristal con que se mira, son versos de un poema de Campoamor. Ándeme yo caliente y ríase  la gente fue una expresión popular hecha famosa por Góngora.  Lope de Vega convirtió en símbolo de unidad a Fuente Ovejuna: todos a una, como Fuenteovejuna. Y los citados son solamente unos pocos ejemplos.

Seguramente, más de uno, a la hora de bautizar a su perro ha elegido el nombre de algún famoso perro literario. Desde el Milu de Tintín, pasando por Argos, el perro de Ulises; Toto, el compañero de Dhoroty en El Mago de Oz; Jip, de David Coopperfield; Buck, el protagonista de la Llamada de la selva de J. London; la famosa Lassie, de Lassi vuelve a casa, protagonista también de varias películas; Tock, protagonista del Fantasma Tolbooth;   Fiel amigo, de Old Yeller.



Otros perros famosos son Cerbero, un perro de la mitología clásica que aparece en la Divina Comedia, los inolvidables Reina y Golfo, protagonistas de La Dama y el vagabundo de W. Greene. Y Niebla, el perro del abuelo de  Heidi. Y perros de otras obras: Lucas, Pluto, Flush, Enzo… y muchos más.

Y si volvemos los ojos a la literatura española tenemos los famosos perros Cipión y Berganza, del Coloquio de los perros cervantino, perros   protagonistas que tienen la facultad de hablar. Canelo es el perro que acompañaba siempre al entrañable Luisito en Miau de Galdós. Barcino y Butrón aparecen en El Quijote. Muchos recordamos también a Troylo,  ese perro que sabía escuchar  las reflexiones sobre  lo divino y lo humano que comparte con él su amo, Antonio Gala.

También hemos tomado a veces nombres de gatos de animales literarios: el Gato de Cheshire, de Alicia en el país de las maravillas, Morriña de  El Bosque que animado...

Asimismo recordamos al entrañable burro Platero… Otro asno, en cambio,  el  de Buridán, nos sirve de ejemplo para criticar la situación absurda a la que puede llevar el no decidirse. Es un asno que muere de hambre por no resolver la duda  sobre  qué montón de hierba tenía que elegir para comer.

Con nombres de protagonistas de libros definimos a veces  defectos de personas, que tienen unos rasgos similares a esos personajes. Los hipócritas  son  tartufos. Los que odian el género humano, misántropos. Los poco agraciados son patitos feos. El que es grande y fanfarrón es un Fierabrás. El que actúa de alcahuete es un galeoto (personaje citado por Dante).  Robot es un nombre que aparece en la obra teatral Rossum´s Universal Robots del dramaturgo checo Karel Capek, que se estrenó en 1921. 



El hombre de cualidades extraordinarias es un superman, como el personaje de J. Siegel. 

Llamamos fígaros a los barberos, basándonos en el personaje de  Beaumarchais. Trotaconventos, a las alcahuetas como la que aparece en el Libro del Buen Amor. A las personas que se parecen mucho a otras las llamamos sosias, personaje  de la comedia Anfitrión de Plauto. La propia palabra anfitrión también ha entrado en nuestro idioma a través de la literatura (con el significado actual, a  partir de la obra de Molière del mismo título). La palabra pantalón procede del personaje Pantaleón de la comedia del arte, personaje que se vestía con esa prenda. Y lindo  don Diego es un buen apelativo para el hombre muy presumido. 

De  los que no hacen algo ni dejan hacerlo decimos que son como el perro del hortelano (que no come ni deja comer). La expresión procede de una fábula de Esopo, perro que guardaba un huerto del que no comía la verdura ni la dejaba comer.  Lope de Vega le dio ya un valor simbólico en su obra  El perro del hortelano.

De celebraciones con comidas muy copiosas decimos que son como las bodas  de Camacho (El Quijote), o pantagruélicas (de Pantagruel, personaje de Rabelais). Puestos a ser invitados, es mejor aprovechar para comer opíparamente que ser convidados de piedra, pues en ese caso, no tendríamos ni voz ni voto, ni boca para comer. La expresión surge de El burlador de Sevilla y convidado de piedra. Claro que mejor pasar desapercibido que acabar tras cornudo, apaleado, expresión que procede del Decamerón.

De situaciones complicadas  decimos que son rocambolescas, surrealistas, kafkianas… A las situaciones dramáticas las calificamos como dantescas.  De actuaciones astutas  o malvadas decimos que son maquiavélivas o mefistofélicas. A un tipo de gafas similar a las que usaba Quevedo les llamamos quevedos.

Monumento a Kafka, Praga

En el mundo de las relaciones amorosas hablamos de amores platónicos o temperamentos románticos, quijotescosLolita, la novela de Nabokov, ha dado origen a que se califica como lolita a la niña o joven que resulta seductora para hombres mayores. Se usa este término en el mundo de la pornografía infantil. Otros términos son   amores sáficos  o amores lésbicos. Los adjetivos  proceden de la poeta griega Safo que, en su poesía, hablaba de relaciones amorosas con mujeres. Safo vivía en Lesbos y de ahí procede le término lesbiana y lésbico.

Si se trata de grandes amores, amamos como Romeo y Julieta o los amantes de Teruel (tonta ella, tonto él) o nos convertimos en macías (trovador medieval).  A los mujeriegos los llamamos burladores,  donjuanes, tenorios o casanovas.

De las obras homéricas también nos han llegado varias  expresiones populares. Cuando alguien tiene un punto débil en su salud o personalidad decimos que ese es  su talón de Aquiles. El uso de una estratagema para conseguir un fin se compara con el caballo de TroyaDe La Ilíada, procede también la expresión arde Troya o allí fue Troya para hablar de algún conflicto. 



Y hoy nos preocupan los programas maliciosos llamados troyanos. Muchas veces hemos oído una  frase, relacionada con un personaje de La Ilíada: La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. La expresión (aunque no se suele hacer  la cita completa, algo necesario para entender bien su significado) está en Juan de Mairena de Antonio Machado. De la disputa entre Hera, Atenea y Afrodita, por su belleza, dio origen a la Guerra de Troya y a lo de ser manzana de la discordia. 

También La Odisea ha hecho sus aportaciones a la lengua coloquial. Si nos vemos inmersos en un viaje aventurero y peligroso hemos vivido una odisea. Y de la misma obra viene la expresión ser algo inacabable como la tela de Penépole. El que es maestro o guía es llamado mentor, palabra que procede del compañero de Ulises y criado de Telémaco.


Del mundo clásico también proceden otras frases. César nos legó las famosas: veni, vidi, vici  y alea, iacta, est (llegué, vi, vencí / la suerte está echada). Son frases que Suetonio atribuye a Julio César. Relacionada también con la Guerra de las Galias usamos  la expresión: cruzar el río Rubicón, para referirnos a algo que ya no admite vuelta atrás, aunque provoque consecuencias negativas. Y Demóstenes y Cicerón nos legaron la frase: soltar una filípica o una catilinaria a alguien (Demóstenes las dirigió contra Filipo II de Macedonia y Cicerón contra Marco Aurelio). El pensamiento es libre (cuando es libre de obedecer a la verdad)  era frase de Cicerón. Hay personas que no conocen ninguna de estas expresiones, aunque sean de los que saben  latín, sin nunca haberlo estudiado.

Para calificar estilos, también a veces usamos epónimos. Así  hablamos de  azoriniano, quevedesco, valleinclanesco, unamuniano, dickensiano, orvelliano (actitudes opresoras que se imponen por la propaganda), tolkiano… para referirnos a temas o estilos similares a los de estos autores.

Frase de Cervantes.  Ilustración de Mingote
En nuestra época clásica, de  las cosas que  tenían valor, se decía: Es de Lope, por la gran fama alcanzada por el famoso dramaturgo. Los libros nos hacen aprender, soñar, disfrutar… 

Por eso, como al buen callar llaman Sancho, es hora de callar y ponerme a leer… Os invito a hacer lo mismo.



Me están esperando...


    ¡Días de libros, años de libros, vidas de libros! 









8 comentarios:

  1. Hola Margarita: he leído tu escrito con mucha atención como siempre , y me ha encantado . Felicidades y un gran saludo.

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  2. Muy ameno e interesante, Felicidades.

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  3. Fantástico artículo que hace un repaso por el mundo de los libros y sus aledaños, felicidades y un gran abrazo!!!

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    1. Gracias, Sol. Un libro por fuera es un misterio que nos invita a descubrirlo y, por dentro: sueños, emociones, ideas, reflexiones, belleza... VIDA. ¡Felicidades y gratitud a los autores que nos entregáis todo eso!

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.