sábado, 31 de octubre de 2020

El lenguaje de la muerte

 Para el último viaje no es menester equipaje.


Cementerio nuevo de Paladín (León). Foto: MAR

En estos días,  1 de noviembre, Día de Todos los Santos  y   2, Día de los Fieles Difuntos, viene a nuestra mente  el recuerdo de muchas personas queridas que duermen para siempre el sueño de los justos, y las recordamos haciendo visitas a los cementerios  y ofreciéndoles flores, oraciones, homenajes... En las últimas décadas, siguiendo costumbres anglosajonas,  la muerte se ha convertido también en un espectáculo y en una diversión colectiva a través de la fiesta de Halloween. El miedo y esa cierta veneración ancestral a la muerte de la cultura cristiana parece perderse en la actualidad  y se sustituye por una parafernalia  de esqueletos, disfraces de color negro, telarañas, sangre…

Cuando hablamos de la muerte,  todo lo que concierne a la desaparición física se convierte en tabú y, con frecuencia, tratamos de referirnos a ella sin mencionarla directamente. De esta forma, utilizamos en nuestra lengua muchos sinónimos (la mayoría cultos) para el hecho de morir que, en algunos casos, no parecen tener un sentido tan negativo como el propio verbo morir: fallecer, perecer, fenecer, finar, finalizar, expirar, sucumbir, irse (al más allá), desaparecer, consumirse, apagarse, caer, yacer… Y también  unas cuantas  expresiones usadas como eufemismos. Algunas hacen referencia al sentido cristiano de la trascendencia: entregar el alma al Señor, descansar en la paz del Señor Dios, llamar Dios a su seno,  dormir el sueño eterno, subir al cielo, irse al otro mundo, pasar a mejor vida, llamar Dios a juicio, volar al cielo,  gozar de Dios… Todas estas expresiones aluden a un lugar de descanso posterior a la muerte. Es curioso que todas se refieran al gozo que puede experimentar un difunto que haya muerto en gracia de Dios. ¿Y qué ocurre con los malvados que, según la creencia cristiana, merecen el infierno? ¿Todos se han arrepentido en el momento de la muerte?  Tal vez la explicación esté en que  los bichos malos  nunca mueren, porque el deseo de hacer daño los hace inmortales.

 Hay otros dichos que tienen relación con la experiencia física de la muerte. Es lo que ocurre con  exhalar el último suspiro, que parece presentarnos la pena o ansia de la agonía previa a la muert o con cerrar los ojos que también alude a algo físico, aunque es una expresión curiosa, pues es bien sabido que la mayoría de las personas mueren con los ojos abiertos y se les cierran para que el difunto parezca dormido o por distintas supersticiones como la que dice que, si no se le cierran los ojos al difunto piadosamente, morirá una de las personas que presenció su muerte. Y también con la expresión desagradable dar de comer a los gusanos, que evita la palabra tabú y  predice lo que ocurrirá después de la muerte.

Además,   contamos con gran variedad de  palabras y expresiones coloquiales o vulgares, como tener los días contados, caerse redondo, quedarse en el sitio, quedarse como un pajarito, diñarla, palmarla, espicharla, cascar, estirar la pata, irse al otro barrio, estar ya criando malvas, quedar tieso, salir de casa con los pies por delante… De alguien que muere de repente también oímos decir que se quedó en el sitio o se cayó redondo. Quedarse en el sitio en estos casos es lo normal, pues nadie se mueve después de muerto, pero caerse redondo es más chocante, ya que  parece que el muerto hace ejercicios de contorsionismo mientras muere. También otras  muy originales y humorísticas, como decir que a alguien le quedan dos telediarios, pero no sabemos si se refiere a un día completo, telediario de tarde  y de noche, o una hora que es aproximadamente lo que duran los dos informativos. Del que está a punto de morir también se dice que no llega a las uvas está liando el petate para descansar definitivamente en una mortaja de esparto.  Y más original aún es la expresión  ponerle a alguien  el pijama de madera, con el que, a buen seguro, no se sentirá muy cómodo para dormir en la cama, pero tal vez sí para iniciar el sueño eterno.

Cuando la muerte afecta a muchas personas y se produce una masacre, unos animales domésticos, poco simpáticos, nos proporcionan la comparación caer como moscas o chinches y, cuando la muerte afecta a todos los que representan la tragedia de la vida, no queda nadie en el gran teatro del mundo, pues muere hasta el apuntador.

¿Pero, morimos o nos morimos? En general usamos la forma intransitiva (murió) y la pronominal (se murió) de forma indistinta. Pero no es posible el uso pronominal si la muerte es violenta (una señora mayor  ha muerto a causa de un atropello).

Existe un lenguaje en torno a  la muerte y a  los muertos, que  está formado  por  una serie de frases tópicas que pronunciamos cuando la muerte ha hecho acto de presencia entre nosotros. En la mayoría de ellas se esconde la palabra muerte, aunque no se mencione expresamente, y sorprende el hecho de que, en ese trance, pronunciemos más la palabra vida que la palabra muerte. Así ocurre en estas expresiones: es ley de vida, la vida es así, se ha ido cuando mejor vivía o en lo mejor de la vida… Ante la lamentable pérdida  tratamos de consolar a sus personas queridas con frases que hacen referencia a la primera persona de plural  y que parece que nos acercan a su sufrimiento: no somos nadie, a todos nos llega la hora… Tratamos de consolar también con  otras frases estereotipadas, como te acompaño  en el sentimiento, mi más sentido pésame, ha sido un duro golpe,  es una pérdida irreparable, cuánto lo vamos a recordar, mis condolencias, descanse en paz… Me faltan las palabras…Y sentenciamos con ¡por fin ha dejado de sufrir!

Otras expresiones tratan de ponderar al finado para halagar, quizá no tanto al muerto, sino a la familia: siempre se van los mejores, era genio y figura, se puso el mundo por montera, supo disfrutar,  era muy vital,  era un ser irrepetible, le debemos mucho, era un persona muy querida, era único, era muy divertido

Todos sabemos que  existen distintos tipo de muerte física: natural, violenta, súbita, senil (morirse de viejo)… Pero de la muerte, en la lengua familiar y coloquial,  se habla con frecuencia de forma figurada, y las palabras relacionadas con ella han dado lugar en español a una gran variedad de frases hechas. (Y también de muchos refranes que, en general, excluimos de este artículo). En la vida cotidiana usamos muchas de esas expresiones que tienen relación con la muerte y  los muertos. Decimos  que muere un ordenador o un teléfono cuando dejan de funcionar, una fiesta que ha dejado de celebrarse, la alegría de una casa…

En el lenguaje literario se han usado de forma reiterada imágenes para representar a la muerte. La más recurrente es la imagen del mar, que es el descanso del río de la vida. Esta metáfora se inmortalizó con los versos manriqueños: "Nuestras vidas son los ríos   / que van a dar en la mar / que es el morir". La noche, la oscuridad, el negro, la sangre (en el caso de la muerte violenta), la guadaña, el polvo, el ciprés, el cuervo y el buitre,  la  calavera, el esqueleto son también imagenes frecuentes de la muerte. Y podríamos incluir unas cuantas más.

En el lenguaje de la vida diaria, tenemos que cargar con el muerto más veces de lo que quisiéramos, y como la carga es muy pesada, nos resulta difícil quitarnos  el muerto de encima. Hay personas, sin embargo, que  no quieren cargar con el muerto y  esconden el cadáver  en el armario, aunque no sea fácil convivir con él, porque todo tipo de cadáveres suelen ser delatados por el mal olor.

La vida nos obliga también  a luchar a muerte para conseguir un objetivo, pero, en ocasiones, una vez conseguido, resulta ser solo algo de mala muerte. En casos así solo nos queda recurrir al dicho ¡tanto nadar para morir en la orilla! Con “muertos” muy diversos nos encontramos también a nuestro alrededor. En punto muerto puede estar  un automóvil o nos puede faltar  visibilidad para conducir bien por existir  un ángulo muerto  y, en vía muerta, la resolución de un asunto, especialmente si hemos  firmado un documento con letra muerta. Y seguimos sumando muertos, que afectan tanto al espacio como al tiempo: espacio muerto, tiempo muerto, horas muertas… 


Las horas de mis antepasados. Foto: MAR
Tal vez seamos capaces de perder el tiempo tratando de hablar lenguas muertas o de visitar paisajes imposibles en  una naturaleza muerta. Sin embargo, hay unos muertos que están muy vivos y que son molestos: las  mosquitas muertas. Y en la historia, también se han producido muertes sonadas. Una de las más   trascendentes fue la muerte o caída del Impero Romano.

En cuanto a las formas de morir, también hay diversidad. Hay gente  que decide (por iniciativa propia o ajena) cavarse su propia tumba  y enterrarse en vida. Otros  prefieren morir con las botas puestas, no sabemos si desnudos o vestidos, pero sí calzados. En cambio, algunos  mueren vestidos, porque mueren violentamente; incluso los hay que mueren como perros, porque lo hacen abandonados, (aunque hoy la mayoría de los perros mueren en mejores condiciones que personas que supuestamente mueren como ellos). Lo más triste es que algunos  ni siquiera pueden morir, porque no tienen donde caerse muertos. También podemos morir por partes, en una muerte reversible. Es lo que nos ocurre cuando experimentamos la sensación de falta de sensibilidad en  una mano y decimos que tenemos la mano muerta, que, en realidad, no está tan muerta, porque podría defenderse sin dificultad.

Las causas por las que nos morimos de forma figurada son variadas. Nos podemos morir de ganas  por  conseguir algo  que está de muerte. El miedo o el hambre también parece que pueden matarnos: nos morimos de miedo, de frío,  de un susto, de hambre, cosa creíble porque el miedo, el frío  o la inanición nos pueden matar.  Aunque también es verdad que con las ganas de comer podemos pelear y salir ganadores, siempre que  tengamos algún alimento para matar el hambre. Más agradable parece, en cambio, morirse de risa  o estar muerto de amor. De risa puede llegar a morirse una persona de forma real a causa de un síncope, y también de amor a causa de la pena que produce la pérdida de un ser querido, pero, en general, usamos estas  expresiones de forma figurada. Y nos morimos de pena por cualquier cosa que nos conmueva y nos produzca dolor. Parece que hay individuos  que hasta pueden morir de éxito.  Pero hay, además,  una causa muy desagradable de morirse: morirse de asco, porque uno ya está rodeado de podredumbre en vida, sin necesidad de que su cuerpo se descomponga. No muy lejos queda lo de morirse de envidia, por eso de la envidia cochina…

Todos nos hemos hecho el muerto cuando nadamos y algunos, en caso de peligro o por mero juego. Pero a ninguno nos gusta que nos llamen muertos de hambre, tanto si se corresponde con un hecho real y tenemos cara cadavérica, como si la expresión es utilizado como un insulto.  Cuando algo nos impresiona mucho nos deja  más muertos que vivos, pero, como no se puede estar ni medio vivo ni medio muerto, aunque hablemos de muertos vivientes,  al final seguimos   vivitos y coleando.

Si no morimos por causas naturales,  podemos morir por accidente (por ejemplo, si no ejecutamos correctamente un salto mortal), o porque nos maten. Cuando se produce un ataque violento del que se derivan muertos, se usa de forma curiosa el verbo matar. El delincuente mata o asesina, en cambio, las fuerzas de seguridad abaten al asesino, que no es solo echarlo por tierra, en este caso, sino que es también un sinónimo  de matar, aunque los motivos sean evidentemente diferentes. Pero el verbo matar se usa con frecuencia y de forma directa  en las expresiones populares. Existen personas que tienen disputas con otras  y   se llevan a matar,  porque se odian a muerte, y otras, en cambio, que parecen más pacíficas, las matan callando.  Nos podemos sentir mataos por haber realizado un trabajo matador o ser unos mataos para los que nos desprecian por pobres o desgraciados. En estos casos se ve claramente la diferencia de matiz que  existe en español entre los verbos ser y estar. Estar  indica algo momentáneo, que no presenta el componente  de desprecio que tiene el verbo ser. Así pues, en este caso, mejor estar matao, que es algo pasajero, que   ser un matao que  implica menosprecio.

Cuando no nos gusta recibir malas noticias, siempre nos queda la opción de matar  al mensajero, como ocurría en la antigüedad para que  los malos augurios no nos lleven a nosotros al matadero. En algunas situaciones históricas de tipo revolucionario los sublevados han deseado fervientemente acabar con  (matar) algún régimen autoritario  o manifestar la aversión hacia las personas que lo representa bajo el grito: ¡Muera!

De morir y matar también participan los objetos, como el matafuego, que sirve para apagar el fuego o el matacandelas, instrumento más específico para apagar las velas; los fenómenos atmosféricos, como el  matacabras o viento del norte; sustancias, como el matacán  o estricnina que, como su nombre indica, se usa para matar perros; plantas,  como el matagallos; acciones, como ir a matacaballo…


Cementerio viejo de Paladín. Foto;MAR

Los muertos se entierran en los cementerios, lo mismo que en la vida se entierran algunos asuntos o desacuerdos. Los que no viven esos conflictos  y tienen gustos en común se ofrecen para ser enterrados con otra persona diciendo: ¡Contigo me entierren! La palabra cementerio procede de la palabra latina coemeterĭum y esta del griego koimterium (lugar donde se duerme). Pero no parece que mencionar la palabra cementerio sea hablar siempre de lugar de descanso, pues aludiendo a los entierros, llamamos la atención de algún entrometido con preguntas como  ¿quién te ha dado vela en este entierro? O ¿dónde entierra usted?, preguntamos de forma irónica a los fanfarrones para ridiculizarlos. De los muy tacaños decimos que van a ser los más ricos del cementerio; de los hipócritas, que son sepulcros blanqueados y  de los osados,  que son suicidas, porque se lanzan a tumba abierta. Y todos conocemos a personas tan calladas que son tumbas en vida, porque  saben guardar un silencio sepulcral para mantener un secreto. En los cementerios  podemos encontrar alguna calavera, ya que es su lugar natural, y   en la vida real algún calavera, y aquí la diferencia de género indica una clara diferencia de significado. Sin embargo, decir de alguien que es mortal, en sentido figurado, se convierte en un elogio para destacar el ingenio y el sentido del humor de esa persona. Si además es divertida, es probable que le guste  mover  el esqueleto.

 Ante situaciones que generan ambientes de tristeza o de enfado decimos que estamos  en un velatorio, entierro o funeral, especialmente si  nos están echando un responso en forma de regañina.  Si además  estamos en un lugar que tiene una luz mortecina,   todo resulta  tan triste como un entierro de tercera.  Pero este ambiente fúnebre contrasta con entierros bulliciosos y divertidos  como el de la sardina.

Los entierros están relacionados con los cementerios, pero los cementerios están  dentro y fuera de los camposantos, pues, además de los que están llenos de sepulturas, hay, por ejemplo,  cementerios de coches y otros que también  nos generan cierta inquietud, como los cementerios nucleares. Y en el lenguaje actual, sobre todo político, también se ha puesto de moda  hablar de los cementerios de elefantes,  instituciones donde terminan siendo colocadas las personalidades que resultan incómodas, porque  han dejado de interesar por su trabajo, edad, pensamiento… La Eurocámara es considerada por muchos uno de esos cementerios. Según algunas leyendas africanas, los elefantes, cuando sienten próxima su muerte, se separan de la manada y  se dirigen al lugar donde  sus antepasados han muerto.

De los cementerios no salen los muertos, a pesar de lo que digan las leyendas  o la fiesta de Halloween, aunque algunos se empeñan en desenterrar a los muertos con la maledicencia, sacando a relucir los defectos de los fallecidos. Desenterrar así podría ser  profanar una sepultura, pero hay otras formas más espontáneas  de resucitar a un muerto a través, por ejemplo, de una comida apetitosa, como la de  arroz y gallo muerto. Siempre es mejor resucitar a un muerto de esta manera que desenterrar el hacha de guerra, que suena a enfrentamiento y que no alimenta. 

También tenemos presentes a los muertos para enfatizar nuestro mensaje. Ni muerto  (lo permitiré) o  tendréis que pasar por encima de mi cadáver decimos para intensificar una negación; que me muera aquí mismo o que me maten,  para certificar la verdad de lo que decimos; ni vivo ni muerto, para enfatizar que alguien que es buscado no ha aparecido. Y  manifestamos nuestra contrariedad o enfado  con frases curiosas y reiterativas como  ¡qué muerto ni qué niño muerto! Y nos enfadamos  y resignamos con la frase clave: ¡a morir por Dios!, que  es todo lo que ha quedado de aquel deseo de otra época de  morir por Dios, la Patria y el Rey. 

La muerte es algo de lo que todos tenemos certeza absoluta, pues, además de para vivir, también hemos nacido para morir. Sin embargo, parece que algunos tratan de zafarse de ese final de la vida, porque son llamados o se llaman a  sí mismos inmortales. Ha ocurrido en el mundo de la música y el cine.  Y ocurre también con los académicos de la Real Academia Española: los inmortales. Este término procede de la  denominación que se daba a los académicos de la lengua francesa,  pues la española fue creada por   Fernández Pacheco, en 1713, a imagen de la del país vecino.  Se debe al lema  A la inmortalidad que figuraba en el emblema de la institución francesa y que se refería a la obligación que tenían los académicos de velar por la unidad de la lengua, por tanto, la que pretendía ser inmortal era la lengua. Cada académico se comprometía a luchar por la inmortalidad de la lengua, de la palabra.  

Entre todos la mataron y ella sola se murió es un dicho muy usado para calificar la situación en que nadie se responsabiliza de un mal. No sabemos quién se murió, quién es  ella y por qué ese femenino. Si se refiriera a las palabras, es real que a las palabras las podemos agredir e incluso matar. A lo largo de la historia de un idioma vemos cómo unas palabras han ido naciendo y otras muriendo, como en la historia de la vida humana. Pero la lengua, las lenguas, aspiran a ser inmortales. ¿Cuántas lo conseguirán? La historia lo dirá.

Desde luego, entre las muertes reales, que afectan a todos los mortales, y las figuradas, que afectan  a mucha gente, que también anda  como muerta por la vida personal y laboral,  no es  de extrañar que se diga  de los que están disponibles de forma permanente que  funcionan las veinticuatro horas, como la funeraria.

Y como ya  se ha hablado de forma prolija del lenguaje mortuorio, si has llegado leyendo hasta aquí, amigo lector, es que no te has muerto de aburrimiento.


El muerto al hoyo y el vivo al bollo, como hemos oído tantas veces.   ¡Carpe diem!



© Texto  y fotografías: MAR   

8 comentarios:

  1. Hermoso texto Margarita. Bien estructurado y comentado. Mi enhorabuena y que sigas produciendo para gloria tuya, de Leon y de Omaña.
    Carlos junquera

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    1. Muchas gracias, Carlos. Estimo mucho tu opinión y agradezco que te tomes la molestia de hacer un comentario dentro del blog. Un abrazo.

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  2. Y quien de joven no se muere de viejo no se escapa.chacianiego.Un abrazo.

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    1. Nadie se escapa, es cierto. El que vive más muere una vez de forma real y muchas veces de forma figurada. Gracias pordejar tu comentario. Saludos.

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  3. Qué buena recopilación de dichos y referencias sobre la muerte y los cementerios. A mí no me gustaría morir de asco ni de aburrimiento, prefiero morirme de risa. Gracias

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    1. Por supuesto, y si no se puede de risa,de amor, tampoco estaría mal. Gracias a ti por haberlo leído.

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  4. Margarita, deberían darte una silla en la RAE y hacerte inmortal

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    1. Me conformo con ser inmortal en el recuerdo de unas cuantas personas... Muchas gracias, Raúl.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.