martes, 10 de enero de 2023

Reseña del poemario "Un árbol que tiembla", de Isabel Marina

 

Editorial: El sastre de Apollinaire

Género: Lírica

Páginas: 94




Voy a tratar de adentrarme en  un libro que tiene un título muy sugestivo: Un árbol que tiembla. Desde  el título  se puede sospechar que ese árbol que tiembla se refiere al ser humano, pero ese título tan poético  nos suscita algunas dudas: ¿se refiere solo a la poeta que se identifica con ese árbol tembloroso o a todos los seres humanos?, ¿tiembla por fuera o lo hace por dentro  a causa de  la propia inseguridad y miedo que siente cuando los vientos  de la vida lo mueven? Vamos a tratar de desentrañar algunos de los secretos y de las emociones contenidas en el interior de este poemario.

No me resulta fácil comentar un libro de poemas. Sí, en cambio, comentar poemas concretos, actividad que he realizado durante largos años de profesora de Lengua y Literatura. Siempre he creído que la poesía debe despertar emociones para ser poesía. Y,  si es poesía, debe ser gozada, por lo que cuando nos empeñamos en  desentrañar los elementos formales de un poema destruimos en parte su magia. Por este motivo, me voy a situar ante este poemario de Isabel Marina como una lectora de poesía, como una amante del género, dejando en segundo plano los aspectos más formales.

Isabel Marina es avilesina, periodista, directora de la revista de poesía Ítaca. Poemas suyos han sido publicados en varias antologías y es autora de tres poemarios. El más reciente es Un árbol que tiembla, que es el objeto de esta reseña.

Conocí personalmente a Isabel Marina en Riello (León), en un homenaje al poeta Luis Miguel Rabanal. Y cuando tuve noticia de que presentaba en Madrid  su primer poemario, Acero en los labios, acudí a la misma con otras tres personas.   Y no me arrepentí. Los poemas que recitó en aquel momento,   y la lectura del libro completo después, me sedujeron.  A partir de entonces, he mantenido una relación más personal con ella y  he podido comprobar que es una ferviente lectora, especialmente de poesía, y también una gran difusora de los poemas de otros autores, a través de las redes sociales y como directora de Ítaca. Ella tuvo la gentileza de enviarme su segundo poemario, Un piano entre la nieve, que leí con gusto y atención y sobre el que escribí una reseña (que se puede leer aquí). Algunos  aspectos de ese poemario se repiten en Un árbol que tiembla. Pude asistir también a su presentación en Madrid el pasado mes de diciembre y comprobé que unos cuantos poemas, recitados por la propia autora, hicieron del acto un momento bellísimo.

Un árbol que tiembla recoge 62 poemas, divididos en tres partes: Malinconia (16 poemas), Fragile (27 poemas) y Bloom (19 poemas). Decía la autora en la presentación del libro que su poesía es una “poesía de pérdidas”. Y ese rasgo lo encontramos del principio al fin del poemario, aunque, desde el punto de vista de los afectos, es más intenso en la primera parte, bajo ese título general de Malenconia, que significa melancolía en italiano. El color  sepia de  la melancolía tiñe todos los poemas de la primera parte y extiende sus pinceladas  al resto del poemario.  La evocación de la ausencia de los padres, el abandono de la casa paterna, la pérdida de la infancia y la adolescencia  rezuman una  melancolía que emana de la memoria. Memoria dolorida en la mayoría de los textos. Su padre le dejó este dolor al escribir/ que forma parte de la vida.

Las imágenes que nos sugieren la idea de melancolía y abandono son constantes: una pátina de luz sepia, la lluvia que cae, la casa familiar abandonada,  el vacío, la añoranza de    sus recuerdos de niña... Escucho el viento / conversando entre los árboles, dice la poeta evocando recuerdos de infancia. Los ecos de las ánimas de los antepasados,  el aire que  es un espectro de todo lo pasado,  la foto de la madre que contempla en el móvil… todo nos lleva a esa visión melancólica de la memoria. Y en   la memoria de la casa vacía viven los padres desaparecidos, porque la casa entera / es un museo / una urna.  Por su zaguán transitan los gatos de la memoria.  Evoca lo que hacían sus padres en esa casa y  los planes de estos, segados por  la muerte o el futuro. 

Esos lugares familiares son para la poeta un  púlpito vacío, están habitados por el silencio,  pero la emoción que vive y transmite Isabel Marina es la de un silencio sonoro, porque allí “se oye” ese galopar de caballos / ese corazón que late. Y su corazón late, porque, dentro de todas las pérdidas, solo queda en pie / la poesía. La poesía es vida y nos descubre el sentido de la vida, por ello, la poesía misma es uno de los hilos conductores de este poemario. Quizá el  tema esencial que une todos los poemas y les da sentido.

En la memoria de ese pasado lejano se percibe con frecuencia  el deterioro, la muerte anunciada. Ese temblor es la incertidumbre que nos produce la existencia. Somos árboles que tiemblan, porque nuestra existencia es  incierta.

Efectivamente, es una poesía de pérdida. También, pérdida  del tiempo que pasa y nos va cambiando.  Nos presenta instantes de la existencia de ese pasado detenido en su memoria, a pesar de que el tiempo  ha ido modificando todo.  La visión de la niña  o de la adolescente se entrevera con las vivencias de la persona adulta.

Así pues, junto con la memoria de la infancia y la familia, el paso del tiempo es otro tema fundamental. Los poemas Inconsistencia,  Instantes y Recordaremos (con títulos bastante significativos) nos hablan de forma clara del paso del tiempo. La poeta toma conciencia de los años que he vivido/ sin darme cuenta. Se nos escapan los instantes, tempus fugit, pero  siempre pueden volver a nuestra memoria en forma de melancolía. 

En algunos poemas aparece ya una visión existencialista, que se hace más patente a medida que avanzamos por el poemario. Del titulado En  la playa son estos versos: miro al horizonte / y sé que todo ha desaparecido./ Igual que desapareceré yo.  Los recuerdos nos hablan del paso del tiempo y del carácter efímero de la existencia, pero al mismo tiempo los recuerdos nos dan certeza de nuestra existencia:  Procuro sentarme/ al borde de mis recuerdos / para comprender al fin / que esa es toda mi riqueza, / que nada podrá ocurrirme mientras los tenga, escribe en el poema titulado Mientras los tenga.

Pasado y presente, vida vivida y vida recordada. El poema en prosa que cierra la primera parte evoca una escuela, en un día de clase en que una sombra parece que se presenta amenazante, pero, entre tanta melancolía y miedos, aparece un tenue rayo de luz: ellas nos dicen que no podemos naufragar si no tenemos miedo.

Los poemas de la segunda parte se agrupan bajo el título Fragile. La conciencia de la fragilidad de la vida humana y de pérdida, que ya se anunciaba en los poemas anteriores, se hace ahora más intensa. Ya en el  primer poema, titulado Silos, dice que  se han ido todos. Uno  de los poemas más existencialistas es, sin duda, el titulado Tú. Contra la propia desaparición no se puede hacer nada, pues  solo rige la ley de lo definitivo. Parece que es imposible evitar al destino. Un destino que produce angustia y  que refleja la poeta con muchos símbolos relacionadas con el campo semántico de ese sentimiento: habitaciones sin ventana, estancias que nos persiguen. Son frecuentes las imágenes relacionadas con el crepúsculo, con el abandono.  Al final de lo que existió solo queda/ una reverberación de la memoria. 

Terminaremos en polvo como los objetos que nos rodean y seremos solo  el resquicio de un sueño  que nos conducirá  hasta la nada. Si existe la dicha, no podemos retenerla. El horizonte es ese barco/ en dirección hacia el olvido, asegura en otro poema.

Vivir es una continua búsqueda de respuestas sobre del sentido de la existencia. Vivimos engañados, porque no es lo mismo lo que creemos que somos que lo que somos realmente. En el poema Polvo entre los dedos describe la vida como un baile de sombras,  como un sendero por el que caminamos hacia la total pérdida. Llegamos, pues, al final de la segunda parte con una sensación de desolación, pues no somos más que un trozo inconexo de una verdad que anhelamos.

Además de estos temas metafísicos, a lo largo de esta segunda parte aparecen con frecuencia referencias a lugares que la autora relaciona con sus vivencias y reflexiones: el mar (Isabel nació en ciudad marítima), que, a veces, se convierte en un algo o alguien  con el que se comparte la angustia vital: Frente al mar se deshacen/ las ilusiones perdidas. También están presentes lugares visitados por la autora, que evoca de forma melancólica, y en los que asegura que hay algo de engañoso e  irreal: Venecia, Estambul, Estocolmo. Melancolía en los  atardeceres venecianos y en  los parques suecos: Son parques de gente melancólica/ de lectores de poesía silenciosos… Biarritz  es escenario para quienes han dejado pasar las últimas oportunidades y Cefalú (Sicilia)  es  una pasión desgastada/ por la ausencia de turistas.

Otro elemento esencial es la música, que evoca sensaciones y acompaña sentimientos. La música y el canto añaden belleza y  mezclan variedad de sensaciones, a través de metáforas y sinestesias: Somos la danza de Falla…  Llevamos adentro/ un mar sin orillas/ melodías sin dueño… También  la evocación de momentos musicales dibuja un halo de nostalgia. En el poema Crisantemi escribe: Cada año que pasa / se agranda la luz/ sobre mi figura pensativa. Y El nocturno de  John Field/ cae como una lluvia fina. La sensación de soledad y abandono también se une a la música en ese   borracho que canta en un callejón y en la música del arpa  que se oye en los escombros de una casa (en Malenconia).  

Pero en algunos poemas de esta segunda tarde, y en contraposición,  se va haciendo cada vez más patente lo que nos puede salvar de esa angustia vital y lo que da sentido a la vida de la autora. Puede pasar el tiempo, puede cambiar su piel, pero continúa firme/ esta costumbre perversa/ de escribir poemas. También asegura que escribir poemas es una necesidad para poder dotarme de contorno/ para  definirme entre la niebla.

Cuando nos adentramos en la tercera parte, titulada Bloom, percibimos que el poemario va creciendo en intensidad lírica y en belleza y desvelando  su esencia fundamental: la propia poesía. La poesía es un camino  hacia la luz que nos ayuda a superar la melancolía y la sensación de fragilidad. Es, realmente, como un florecer, a lo que alude la palabra inglesa del título general  (ya conocemos la pasión de Isabel Marina por el estudio de idiomas). Tal vez con estos extranjerismos esté tratando de darles universalidad a las emociones del poemario:  melancolía, fragilidad… Y florecimiento, para tratar de soportar las anteriores zozobras.

El primer poema de esta tercera parte es un ejercicio de rebeldía. Le sigue otro que habla de la búsqueda de lo innombrable en la escritura. La música la eleva ahora a mundos espirituales de luz: Escuchando a Jessie Norman/ me figuro que soy libre, / que puedo alzar el vuelo/ que puedo conocer a Dios. Se ha atemperado  la nostalgia de los poemas anteriores. Aunque hay dos poemas que hablan de nuestra transformación en ceniza, en ella quedará la pavesa/ en el sabor de aquel abrazo. Seguimos teniendo la certeza de la muerte, pero ahora se  habla de rescoldos, de que el rastro de nuestra ceniza será ardiente (calor, no frío). Toda noche tiene su despertar/ cada cosa tiende hacia su florecimiento, dice en el poema Bendición de la ceniza.

Tal vez el amor y la poesía puedan luchar contra la destrucción y la muerte y acercarnos a la ansiada inmortalidad, como en el famoso soneto quevediano: polvo serán, mas polvo enamorado… Y también la música, el lenguaje más universal, que ahora deja oír  una sonata de piano en lo alto de una montaña.

La poesía misma y la necesidad de ser poeta se convierten en los  poemas de Blooom en el eje fundamental. No duda en compararse la poeta  con un albañil que talla la piedra: Colgada de un andamio/ solo soy un albañil/ ebrio de poesía. Y sí, Isabel Marina está ebria de poesía, aunque afirma: es difícil tallar la piedra/ de esta escultura que creo / por trabajo y por necesidad. En varios poemas habla de la necesidad de escribir poesía para mitigar la incertidumbre y la angustia: En mitad  de la noche/  leo poesía (…) para no llorar ante el túnel oscuro/ para resistir. Y en el poema Poesía: Las verdades, creedme,/ son ya muy pocas./ Y todas se llaman poesía. 

Pero, para mí, el poema más bello sobre el hecho poético es el titulado La poesía no es literatura: Es un brebaje que resucita/ un mantra que salva/ un sinsentido/ que nos embriaga. La poesía va más allá de unos poemas recogidos en un libro, la poesía es toda la belleza que existe, solamente hay que tener unos ojos bien abiertos que sepan mirar la extraordinaria/ belleza del mundo. 

En los últimos poemas  parece que va surgiendo la luz, la esperanza. Por muy oscura que haya sido la noche, siempre amanece un día más. La noche se convierte así en espera de luz y la oscuridad en promesa de una esperanza. Es notable el cambio que se produce en el léxico, que ahora alude a campos semánticos muy diferentes a las dos partes anteriores. Frente a metáforas, personificaciones y sinestesias como  estas: animales tristes, flores secas, estaciones abandonadas, silencio de la oscuridad, memoria del dolor, conciencia anestesiada, futura desaparición, un imposible, colores del crepúsculo, cáliz de amargura, poblados yermos, silencio, cuencos vacíos en la noche, playa desierta, sombrío cielo…, ahora aparecen palabras del campo semántico de la vida y la luz: esperanza, luz, estrella, rescoldo, poesía, imaginación, aurora boreal,  sol, claridad, primavera, pájaros, paraíso…   El sueño se convierte ahora en la sublimación de la melancolía.

La autora cierra el poemario con un poema de título muy significativo: Una nueva claridad, que comienza así: Este es el comienzo de un día / de una  claridad nueva. Y lo cierra con los mismos versos, pero modificando el orden del adjetivo: de una nueva claridad.  El epíteto estilístico parece añadir belleza, pero no significación, porque  la luz es ya un hecho cierto y estable.

Isabel Marina aprovecha los versos del poemario para introducir otros elementos culturales, más allá de la música. Hay referencias a la pintura  y, sobre todo,  aparece la intertextualidad y la metaliteratura. En el inicio de  algunos poemas introduce  versos de otros poetas: Luis Rosales, Antonio Machado, Jaime Gil de Biedma. Menciona a Galdós y la poesía de Paul  Valéry. Evoca también a personajes literarios  como  Ofelia, en el momento  de su muerte,  y asegura que se ha ido de este mundo dejando aquí la tristeza… Se hace  muy presente  Luis Rosales, cuyos poemas le deja su padre y con cuya poesía se identifica.  Y, por supuesto, está presente lo metaliterario cuando sus poemas hablan repetidamente de la propia poesía y, de manera especial, en el poema La poesía no es literatura.

Este poemario refleja  una poesía de lo esencial, con adjetivación muy contenida, pues  son los sustantivos  los  que adquieren toda su plenitud significativa. Es una poesía que parte de la experiencia,  pero que se eleva  más allá de la experiencia.  El estilo hace uso de recursos literarios, (varios están recogidos en las citas), pero mantiene siempre la claridad.   Los poemas están escritos en versos libres, sin seguir esquemas concretos, pero consigue darles ritmo poético con otros recursos expresivos y sintácticos. Uno de los más frecuentes es el paralelismo, que es la estructura base, por ejemplo,  de los   poemas Mientras los tenga o Frente al mar.  Y se repite en otros muchos poemas  de forma puntual: Quizás por eso los dos lloramos/ quizá por eso tuvimos miedo (en Desterrados del cielo). La casa hoy está llena de flores secas. / La casa hoy está llena de silencio (en Solo ella).

El poemario está prologado por Ángeles Carbajal e incluye algunas sugerentes ilustraciones de Federico Granell, especialmente la del árbol entreverado con los huesos de una mano. Y presenta una cuidada edición.

Concluyendo, la lectura de este poemario  nos ayuda a percibir la belleza del mundo que nos rodea a través de los ojos y los versos de la poeta. Ser poeta, como dice, es saber captar la belleza que se esconde en las cosas pequeñas y grandes de la vida, en el amor y en el dolor. Poetas podemos ser todos, pero escribir versos bellos solo lo pueden hacer algunas personas. En este caso, es Isabel Marina la que nos hace llegar  la hermosura de los suyos para que los disfrutemos y  para que aprendamos, a través de ellos, a amar la poesía, porque la poesía nos ayuda a comprendernos, nos ayuda a vivir y nos hace mejores. Y ayuda a trascender la vida y el vivir.

La vida es una eterna pregunta.

Si no es para comprender,

la poesía no vale nada.

La poesía es tu salvaconducto a la eternidad, nos promete la autora.

La poesía tal vez no sea literatura, pero  los  poemas de Isabel Marina,  los  de este Árbol que tiembla, son arte de la palabra: sí son literatura.

Miro mi mano:

sus huesos son

un árbol iluminado,

un árbol que tiembla.


©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua  y Literatura




Vídeo: Presentación de "Un árbol que tiembla" en el Centro Asturiano de Madrid


Con Isabel Marina, en Madrid, en la firma de Acero entre los labios
y en la de Un árbol que tiembla


viernes, 6 de enero de 2023

Reseña del poemario "El arca de los días", de Antonia Álvarez Álvarez

 

Editorial: La fea burguesía

Género: Lírica

66 págs.



El poemario El arca de los días  ganó, en 2022, el XII Premio Internacional de Poesía Enrique Ríus  Zunón.

Antonia Álvarez Álvarez es leonesa, afincada en Gijón. Es licenciada en Filología Románica. Ha recibido muchos premios poéticos, el recibido por este poemario es el más reciente. Entre sus obras poéticas figuran: La mirada del aire, El color de las horas, La raíz de la luz, Donde la nieve, Todos los relojes, Cauces...

¡Qué grande el arca de las horas plenas!, exclama la poeta en un verso. ¡Y qué difícil escribir una reseña sobre un poemario! Siempre he pensado que la poesía no es algo que se deba analizar (aunque he tenido que analizar muchos poemas en mi vida docente), sino sentir, compartir: vivir.  Trataré de compartir, pues,  algo de mis sentires, de mis emociones, y dejaré en segundo plano los aspectos más formales.

Este poemario de Antonia Álvarez Álvarez está formado por  cuarenta y tres poemas. Un poema  inicial, a modo de frontispicio, ¿Por qué crees que a veces…?, y los demás aparecen agrupados  en dos partes:  Paisaje interior (veintidós) y Exteriores (veinte). Los protagonistas esenciales  de los poemas están ya presentes en el título: un arca y el paso del tiempo por las cosas que el arca contiene y  por la memoria de los ojos que las miran.  Las personas que somos de pueblo seguro que  nos hemos preguntado alguna vez, desde el respeto y el misterio, qué esconde esa arca o baúl que nos sale al paso en cualquier rincón o “cuarto bajo” con la tapa bajada y tal vez cerrado con llave. Podemos desconocer qué cosas contiene, pero estamos siempre seguros de que esconde un tiempo pasado.     ¡Y qué expectación produce abrir un arca cualquiera, cuyo contenido se desconoce! Y, en este caso,  ¡qué viva emoción nos suscita ver cómo la poeta nos arrastra y nos envuelve en su propia emoción! Mas de un siglo/  hace que construyeron esta arca. Y en ese largo siglo ha ido guardando la memoria de varias generaciones a través de  esos objetos  que nos descubre la autora, para que no naveguen hacia los mares ciertos del olvido.

El lector se encuentra con una serie de preguntas retóricas en el  poema introductorio. Preguntas con las que parece apostrofarnos  a los  receptores del mensaje para despertar nuestros sentidos, especialmente la vista y el tacto,  y para que los pongamos al servicio de  la nostalgia que impregna todo el poemario desde los primeros versos.  Tenemos que disponernos a  acariciar el arca con nuestras manos y nuestra mirada, porque hay amor y dolor / en el arca callada de los días. Un arca solo  callada en apariencia, pues  la autora la hará hablar con la voz de la memoria, ya que  el arca escuchó/ desde su ayer  la voz de los objetos

Con la poeta entramos en el arca, en el Paisaje interior.  En ella aparece  una rosa que, secada entra las páginas de un libro,  está allí incólume, siendo testigo del pasado. Del pasado lejano de un libro en latín y de un pasado más cercano en que tal vez fue símbolo de un amor juvenil.

En  esta  primera parte   aparece, de forma repetida,  la evocación de los antepasados. Del padre y de la que parece ser  la  abuela  hablan, respectivamente, los poemas Surcos y El huso de madera.  En el arca aparece una gorra arrugada del padre, símbolo de trabajo y sudor.  Lo evoca arando en el poema Surcos. Son varios los sentidos físicos que se despiertan al ir leyendo este poema: gorra arrugada que huele a sudor de los días fríos del arado… Las manos que sugieren el  trabajo esforzado  están muy presentes en ambos poemas. Las del padre guiaban la mancera, las de la mujer que movía el huso de madera  eran manos con  que  hilaba en aquel huso las ausencias. Además de las manos, el otro protagonista de estos dos poemas es el tiempo: el padre va roturando el corazón del tiempo /  para sembrar el trigo del olvido.    En sus ojos de tiempo/ se marchitó la luz, dice de la abuela.  La evocación del padre también está presente en el poema Grano de centeno. Un solo grano minúsculo  le hace ver de nuevo las manos del padre  arando el hambre. En El décimo de lotería refleja sus esperanzas, que son la ilusión del pobre, sin premio de la lotería, pero feliz.

También en otros poemas, como en el poema Destino, habla de los  antepasados. Una inicial bordada, un viejo reloj o una carta de un hijo, que escribe a sus padres desde Argentina, nos llevan de nuevo a los reinos de la memoria.  Todo me lleva a ellos, yo soy ellos, exclama la poeta, que está segura de volver a la matriz sombría del olvido. En el poema Percha antigua también están muy presentes sus antepasados. La percha rota que tiene delante sirvió en su día para colgar la ropa, pero la percha que ve  la poeta en el arca de los días es  también un símbolo del trabajo y de la dura vida de aquellas gentes que vivían en un pequeño pueblo de la montaña leonesa. Antonia Álvarez Álvarez visualiza ahora también colgadas en la percha cosas que no están dentro del arca físicamente, pero sí lo están en las vivencias, en la memoria: los  aperos de labranza, el sudor de la yunta, el cansancio y hasta las ilusiones… ¿Dónde cuelgo yo tanta nostalgia?, se pregunta.  

Dos poemas permiten  volver   a la escritora a la  nostalgia del amor de la adolescencia y juventud. Uno gira en torno a un cuaderno con palabras escritas en francés que hablan de l´amour quinceañero. La referencia al amor  aparece asimismo en    las crestomatías medievales. Y es que el amor usa símbolos similares desde el origen mismo de los tiempos. Otros objetos anodinos, como unas hojas sueltas con unos ejercicios de sintaxis,  se transforman poéticamente en las alas abiertas de un poema.

Y como en el arcón se guarda/ el sol de lo vivido allí están presentes también unos cuantos objetos más: recordatorios en un blanco ataúd pequeño (sobre) que son un amargo memorando de una vida,  una fotografía, un cuadro con un paisaje otoñal en que bailan las hojas de los chopos y se ve  un río en el que beben pájaros de infancia, seguramente los de la infancia de la propia poeta.  Una concha que sirvió de cenicero y que ha llegado del mar Cantábrico, quiere reflejar tal vez  el otro paisaje, el marítimo, de la vida personal de la autora. Ante los últimos objetos encontrados dentro del arca, que reflejan notable deterioro, como  un boli que no escribe, unos lapiceros roídos, un tebeo en mal estado… decide cerrar el arca: Cierro el arca/  su adolescencia azul, también los ojos/ y me dejo vencer por los recuerdos.  Con estos versos del poema Clausura se cierra la primera parte.

La segunda parte  la titula   Exteriores y le sirve  para sacar su mirada  del arca y observar el mundo que la rodea, pero el mismo tiempo le permite reflexionar sobre el sentido de la vida, sobre el dolor que produce el vivir, sobre el paso del tiempo…   Salir por un momento de uno mismo es el primer verso de esta segunda parte. La autora comienza por observar cosas pequeñas como la belleza de un geranio regado por la lluvia que abre su rojo al mundo y lo acalora. Se fija en un pequeño gorrión recién nacido que  desde su mano salvadora emprende un vuelo que  se convierte en símbolo de libertad.

El arca sigue, pues, estando presente, con otra mirada, en los poemas de Exteriores. Ha sido la custodia del rescoldo/ de la breve fogata de la vida. A veces la  mira desde fuera, se fija en su madera, en los clavos…

A medida que avanzamos en esta segunda parte encontramos poemas que nos hablan más del dolor de vivir y del sentido de la vida: llorar de tiempo es necesario (…)/ para sentir, al fin, que así es la vida. Los últimos poemas rezuman un dolor del pasado, un dolor que está dentro, que es antiguo. Hay que volver a la memoria, aunque ello nos lleve a un dolor ya conocido. Leyendo algunos versos de estos poemas me vienen a la mente aquellos famosos versos de Garcilaso de la Vega: No me podrán quitar el dolorido sentir,/ si ya primero no me quitan al sentido.

Qué curiosa la vida de las cosas… De esas cosas físicas que poéticamente pueden llegar a convertirse en metafísica, pues  algunos poemas nos sumergen en reflexiones de tipo filosófico,  en torno al amor, a la vida, al paso del tiempo… En  el poema ¿Qué? exclama la autora: Qué locura existir y qué misterio. Y  cierra el poema así:  Retorno entonces  a la vida es sueño/ y sueño  que es verdad lo que he vivido. En el titulado Barca aparecen estos versos: el mundo/ es una barca insomne/ que Caronte conduce hacia el olvido. Un tema muy presente, como ya hemos venido señalando, es la nostalgia del pasado y, más en concreto, la presencia de su familia. Pero es la reflexión sobre el paso del tiempo  el eje temático más importante que recorre la mayoría de los poemas: El tiempo es un tren que no  detiene/ su continuo rodar de primaveras. Ese tempus fugit  en el arca del tiempo detenido produce a veces una cierta angustia y, siempre, melancolía.

Otro tema que casi siempre aparece en la poesía de Antonia Álvarez Álvarez  es la presencia de la naturaleza. Ese paisaje natural de su infancia al que vuelve una y otra vez. Ese sentirse ser naturaleza/ nos da paz, que dice en el poema Asimilación. En el titulado Cara y cruz  nos presenta el contraste entre el mundo urbano y el natural.   Busca en la ciudad piedras como las de su río, que no encuentra, ni  tampoco el silencio de las brañas ni el balanceo de los chopos otoñizos Montes, árboles, urces… Y nieve. Siempre la presencia de la nieve: Me acerco a la ventana/ cae la nieve./ Cierro el arca y sumerjo/  los ojos en sus copos de blancura. La fría blancura de  la nieve aparece en muchos poemas. Una simple bufanda le hace percibir la inminencia de la nieve, con la que parece fundirse la autora cuando dice: Sumerjo los ojos en sus copos de blancura Las experiencias de su infancia en contacto con la naturaleza, sin duda, han marcado su memoria. Y su formación de filóloga la lleva a realizar algunas alusiones metaliterarias relacionadas con  la literatura clásica, que la llevan a Virgilio, del que incluye, en algunos poemas, citas y alusiones a sus  personajes.

La poesía de Antonia Álvarez Álvarez nos seduce, nos atrapa entre la sensibilidad  de sus versos. Y lo hace, tanto por la emoción en ellos contenida como por la belleza de la expresión. La maestría rítmica con la que consigue combinar versos endecasílabos y heptasílabos en forma de silvas, que es el esquema métrico que predomina en el poemario; el adecuado uso rítmico de los encabalgamientos; el léxico claro; la ausencia de retorcimientos estilísticos y la plasticidad de las imágenes hacen que su poesía nos llegue a la vez por los sentidos y por la emoción  de los sentimientos contenidos en sus versos. Para conseguir esa plasticidad y la belleza poética utiliza con enorme  acierto sugerentes sinestesias y metáforas muy originales.   Sinestesias en que mezcla sensaciones que se perciben por distintos sentidos: la nieve herida por la luna / enluce de frío los caminos,  el hielo azul de la ilusión pasada,   música dulce En otras  funde sensaciones y sentimientos: el tacto sutil de la memoria, intenso sabor del sentimiento, piel del color del desencanto...  Los ejemplos son muy abundantes. Aparecen también hermosas metáforas en combinación con sinestesias o personificaciones: mirada de lluvia o de aguanieve,  el monte/ se abrigaba con urces y ginestas en flor, la habitación azul de la memoria, pétalo alado de diciembre (la nieve), los párpados del alma

Cuántas cosas hay en este poemario y cuántos sentimientos nos evocan. Se repite la palabra cosas, pero no es una repetición vacía ni una “palabra baúl”,  es una palabra  llena de belleza y  de  evocaciones que nos llega desde  el arca de los días.

El poemario se inicia con  algunas  interrogaciones retóricas y  se cierra de la misma manera. En el poema Alma, que cierra el poemario, se pregunta:

Porque las cosas lloran

lágrimas de silencio

en el opaco cuerpo detenidas (…)

Porque las cosas tienen alma  y lloran:

¿quién lo puede dudar?,  ¿quién les prohíbe

sentir sobre su piel amor, ternura

romperse de dolor si no las aman? 

Sunt lacrimae rerum...

Y es que las cosas que aparecen en este poemario no solo evocan la vida, sino que la poeta les ha dado vida: le han hecho recordar, llorar, reflexionar...  Y hasta su alma parece haberse curado con ellas: Habitar el alma de las cosas/ es necesario y cura…

En el arca cerrada de los días/ se ocultan los secretos de las cosas,/ la voz trascendental del corazón.  En estos versos finales del último poema, creo que   lo que realmente se oculta  es el secreto de todo el   poemario. 

Gracias por entregarnos estos versos tan hermosos y emotivos y enhorabuena por ese premio absolutamente merecido, Antonia Álvarez Álvarez.


©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura




No tenía zapatos

 




No puso sus zapatos en la ventana.

No tenía zapatos.

Todo lo suyo era una ventana,

sin marco y  sin hojas,

abierta de par en par al mundo.

Por ella no entraron los Reyes.

Por ella sí escaparon sus sueños…


Autora: Margarita Álvarez Rodríguez


Foto gratuita: Pizabay.com

martes, 3 de enero de 2023

Reseña: "El río de los sueños", de Alfredo Álvarez Álvarez

 

Género: narrativa (relatos)

Págs. 129



Alfredo Álvarez Álvarez es doctor en  Filología Francesa, traductor técnico y literario, autor de novelas, de   relatos y  de  literatura infantil y juvenil. Es profesor universitario y, además de por la docencia, siente pasión por la literatura y la traducción.

El río de los sueños es un libro de relatos. Su  título, metafórico,  tiene mucho que ver con un río real, el Bernesga, cerca del cual se ambientan los relatos de  este libro,  pero también con un río simbólico: el río de la vida.  Un río que arrastra esa barquita de papel azul de la portada por los escollos de la corriente hasta la muerte. Por ello este título parece hablarnos de una fusión  río-vida y, en definitiva,  llevarnos a   una reflexión más  trascendente.  Ya lo decía el poeta: Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir…  También la Epístola moral a Fabio… Y lo repitieron luego Quevedo, Machado… En este libro de Alfredo Álvarez  hay vida de largo recorrido, pues se arrastra a través de varios siglos, y, además,  hay vida vivida: vida de vivencias…

Ocho relatos componen  esta obra, relatos  en los que están reflejados los cuatro pueblos del Ayuntamiento de Sariegos, en León: Sariegos, Pobladura de Bernesga, Carbajal de la Legua y Azadinos.  El autor dedica dos relatos  a cada pueblo. 

Es una obra donde se funden las pequeñas historias de la gente de esos pueblos con la historia grande de los héroes o de los altos estamentos sociales. Pero, a mi modo de ver, lo que brilla en estos retratos es la “intrahistoria”, la vida de la gente sencilla que hace la historia con su trabajo y que no se refleja en los libros de historia. Ese concepto que acuñó Unamuno y que gustaba tanto a la Generación del 98. Decía Unamuno: Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de millones de hombres sin historia que a todas las horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la Historia.

Es significativo que Alfredo Álvarez dedique el libro a sus abuelos, esos que le "descubrieron el placer de contar historias", esos abuelos que han transmitido oralmente las historias durante generaciones, transmisión que ya no se realiza, en el caso de los abuelos actuales, porque las pantallas han invadido todo y sustituido a la palabra. 

En los relatos de este libro se mezclan elementos histórico-legendarios y elementos novelescos, pero el autor los engarza de tal manera  que a veces no sabemos dónde  acaba la realidad y comienza la ficción o dónde lo que parece ficticio  pudo ser real o acercarse a la realidad. Y es que las historias contadas pueden no ser ciertas, pero son realistas o, cuando menos, verosímiles. No faltan elementos que son típicos de la leyenda, como la narración esquemática, centrada en lo esencial (pasan a veces años en la vida de los personajes  que no se cuentan en la narración), en eso que impacta  en la mente del oyente o lector y permanece en la memoria individual o colectiva.

Aparecen elementos de tipo sobrenatural típicos de la leyenda, elementos que son o han sido  fundamentales en la cultura rural: premoniciones, sueños, augurios que luego se cumplen, coplas de ciego (en La cruz del tío Luis), ornitomancia, mitología... También están presentes algunos personajes típicos de la leyenda leonesa: trasgos, daimones, zarramplas, reñuberos (renuberos)... Y  no faltan los lobos, que en la montaña tienen su propia cultura, con su aureola de magia y leyenda. Seguramente, Alfredo Álvarez  es deudor de esas palabras difundidas por el aire  en las veladas o filandones y que, de alguna manera, nos han marcado a los leoneses de las generaciones de mayores.

En los relatos de este libro hay algunos trazos en los que se refleja  la "historia grande", la de los personajes históricos: enfrentamiento entre astures y romanos, presencia del emperador Octavio Augusto y sus legiones, artistas como Juan de Juni...

Al lado de esa historia escrita con letras grandes, la "historia pequeña". En esa intrahistoria se refleja la pobreza del pueblo en distintas épocas y el esfuerzo de esas gentes para poder sobrevivir con una economía de subsistencia. En general son vidas desgraciadas: En realidad no tenemos más que nuestras manos y el día y la noche para trabajar. Cuando el año viene bueno, eso sí es verdad, la tierra nos regala un poco de todo  para que podamos alegrarnos mínimamente la vida, dice un personaje. (pág. 58). A veces incluso pasan frío porque los señores les roban hasta la leña que tienen para calentarse. Así se queja otro personaje:  Un mísero cepo tiene el valor angustioso del que no posee prácticamente nada  más que el aire y el frío lúgubre que sopla inmisericorde desde la cordillera.

En algunos relatos los campesinos dependen como arrendatarios de las tierras del Monasterio de san Marcos de León  o sufren la opresión de administradores de la Orden del Temple, como ocurre en el titulado La apuesta.  En general, estos relatos reflejan la vida de gentes trabajadoras, que dependen del tiempo meteorológico para obtener sus cosechas. Con frecuencia tienen  que organizarse, e incluso rebelarse, con desigual fortuna, ante los abusos que sufren por parte de los poderosos que actúan de forma injusta con ellos y en algunas ocasiones hasta les quitan la vida. Así anunciaba una copla de ciego la muerte del guarda del monte que había contratado el pueblo de Sariegos: Siete tiros en el pecho/ y uno más en la cabeza/ le acabaron con la vida/ unos ladrones de leña. 

En los relatos Alfredo Álvarez utiliza distintas estructuras narrativas: algunas historias están contadas en tercer persona y otras en primera. en las que usan la técnica autobiográfica a veces el autor se introduce en la narración como un investigador que persigue la historia que quiere contar y busca datos sobre ella (Lucio) y, cuando la encuentra, aparece un segundo narrador  que, en tercera persona,  se convierte en contador de historias diversas  y el autor (y primer narrador) se convierte por un tiempo en receptor, aunque en algunos relatos vuelve a aparecer al final para continuar la historia. En el relato de Juan Anges es el propio personaje quien narra en primera persona. La narración no siempre avanza de forma lineal, sino que el autor mezcla distintos tiempos narrativos.

En alguna ocasión Alfredo Álvarez recurre a la argucia narrativa del manuscrito encontrado a partir del cual construye la trama. Eso ocurre en el relato de Alodia la cristiana. Finge el autor encontrar un legajo antiguo que recoge la historia de Alodia con Almanzor. Es esta una técnica muy repetida en literatura, desde El libro  los Reyes bíblico, pasando por El Quijote, La familia de Pascual Duarte, El nombre de la rosa... A partir de ese supuesto hallazgo el narrador deja de ser  Alfredo y comienza a ser el autor anónimo del manuscrito. Con ello mezcla distintos tiempos históricos: el año 892, en que ocurren los hechos; el año 1580, en que alguien escribe el manuscrito hallado que contiene la historia, y el momento actual en que el autor del relato nos dice que ha encontrado dicho manuscrito. Al final volvemos a encontrarnos con la voz en primera persona  del autor que nos añade nuevos  datos sobre la vida de  la protagonista en Al Andalus. Otro de los relatos, Los Monteros, está contado por una mujer, pero el autor mantiene el suspense hasta casi el final, que donde nos enteramos de que la narradora es una mujer y conocemos quién es y la importancia que tiene en el pueblo donde vive. 

Utiliza también la técnica narrativa de anticipar hechos que van ocurrir después. Ya en las primeras líneas se puede ver con claridad: Ya el propio mes de noviembre fue un preludio de lo que llegaría más tarde...  

Uno de los relatos más complejos en su estructura interna es La cruz del tío Luis. Desde el principio conocemos el asesinato del guarda, pero luego  el narrador  recurre al flash back para contarnos todos los antecedentes de los hechos. A modo de anuncio siniestro se van desgranando por el relato una serie de coplas de ciego que anuncian una desgracia. Tras cada una de las coplas se reflejan los sentimientos  de angustia que experimenta el guarda al saber que presagian su propia muerte.

Los relatos se desarrollan en distintos tiempos históricos: Edad Media, siglo XVI, siglo XIX y en la época actual. En cada una de esas épocas refleja la vida de aquel tiempo en sus aspectos económicos, sociales, históricos, ideológicos... Así en la Edad Media se refleja la visión que tenían los cristianos  de otros grupos sociales y religiosos. Hay que ver los que saben estos árabes, si no fuera por lo traicioneros que son hasta se les podría tener por personas normales y devotas,  dice un personaje sobre ellos.  Aparecen las monedas de distintas épocas: maravedíes y ducados, los tipos de armas y pertrechos militares... También trae a la actualidad la vida y el ambiente de principios del siglo XVI y la importancia de la imaginería religiosa en esa época. Recrea a la perfección el ambiente en que se movían  los  artistas importantes como Juan Anges, autor del retablo de la iglesia de San Martín de Carbajal, aparece también Juan de Juni...

Un  gran acierto es la elección del presente histórico como tiempo de la narración,  pues  da a la historia una apariencia de actualidad: parece que evoca más que cuenta. Eso y otros elementos descriptivos dan plasticidad y colaboran a darle veracidad a lo contado.

Su forma de narrar es literaria, pues introduce descripciones de personajes, de lugares, del tiempo... escuetas, pero muy plásticas, por la precisión del léxico relativo al mundo de las sensaciones. Encontramos también bellas imágenes, como esta: la frente se va perlando de pequeñas gotas de sudor.  A veces mezcladas con  personificaciones: Pasa la palma de la mano por encima de la pieza de madera para leer su veteado, escuchar el quejido o sentir su respiración. Y también otros recursos literarios.

Es un libro que rezuma sabor leonés.  De vez en cuando, y de una forma natural, nos topamos con esas palabras tan nuestras: feje, negrillo, madreñas, repasar, aveseo, urces, puertos, cuelmo, marallos…  Maliciarse… Y muchas más. Al lado de ellas aparecen latinismos, como Bergidum (en La noche en que el emperador Augusto pernoctó en Pobladura), y muchas palabras que muestran la expresividad de la lengua coloquial, con expresiones como  hueso duro de roer, temblar como una vara verde, por un quítame allá esas pajas. Además recoge vocabulario técnico referido a los soldados, a los escultores, tejedores, caballeros… Esta  mezcla de niveles léxicos  le da un gran juego literario. Hay mucha riqueza de lenguaje toponímico, pues sus personajes pisan la tierra, caminan por los caminos de los pueblos, se adentran en los montes.

Evoca el funcionamiento del concejo abierto, patrimonio inmaterial de los pueblos leoneses junto con el pendón, que representan una democracia genuina donde los vecinos (uno por casa) deciden sobre la administración de las propiedades del pueblo, con frecuencia en reuniones dominicales: A la salida de misa, concejo. 

En fin, un libro que entretiene, que enseña, que sorprende, que nos hace disfrutar de la palabra:   que emociona. Sí, emociona, porque lo que viven estos personajes y sus reacciones no nos deja indiferentes. Ocho historias distintas, todas muy emotivas.     Los vecinos de los  pueblos  del Ayuntamiento de Sariegos estarán agradecidos al ver que el autor se ha fijado en ellos y en la intrahistoria de sus pueblos para elevarla  a un rango literario. Todo eso, y seguramente mucho  más, es este libro de relatos  que  Alfredo Álvarez Álvarez pone en las manos del lector.   Adentrémonos en él, que no nos defraudará.

 

© Margarita Álvarez Rodríguez, profesora y filóloga





jueves, 29 de diciembre de 2022

Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio, por Francis Pachá

Esta reseña sobre Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio  ha  sido escrita por Francis Pachá, periodista del diario El País. 




Libro: Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio

Autora:  Margarita Álvarez Rodríguez

Libro de divulgación en el campo de la Sociolingüística


Un hilván es algo capaz de unir una o varias piezas a través de un recorrido que mezcla la labilidad de cada puntada, la soltura de cada tramo de hilo y la durabilidad de la unión de lo que cose.

Este libro es precisamente eso: ese todo en el que el hilván, con delicadeza y sin que se note, permite al lector saltar de una palabra a otra sin apenas percatarse de que, cuanto más se adentra en la lectura, más real es ese todo lingüístico en el que hasta ahora no había caído y que, sin embargo, está ahí desde que es dueño del lenguaje y prestidigitador del mismo a través del uso y reuso de expresiones, frases hechas y modismos. Eso ocurre porque el hilván, en realidad, no es otra cosa que el talento de Margarita para, no dando puntada sin hilo, iluminar más allá de los límites de nuestro lenguaje propio y, por ende, parafraseando a Wittgenstein, los de nuestro propio mundo.


Palabras hilvanadas descubre, precisamente, un mundo. Hecho de palabras, sí, pero sobre todo de cultura, de costumbres, de infancia y crecimiento, de enseñanza, de transmisión oral, a veces local, a veces global. E hilvana piezas muy diferentes, que van de la escatología al movimiento o el entretenimiento, pasando por expresiones relacionadas con los cuatro elementos, la religión, animales, sexo, vestimenta y vivienda, cocina y alimentación, etnia y origen, el color o el campo. Cualquiera pensaría que, con telas tan diferentes, podría salir un patchwork igual de despiezado que de colorido. Pero no. Sale un todo uniforme en el que no se notan los retales, ni las costuras, ni los pliegues y que, más que color, arroja luz. Detrás está una sastra capaz de elaborar, sorprendentemente, un traje a medida que le vale a cualquiera.

Quizá porque soy un romántico sobre mi infancia y mi juventud, veo en el capítulo inicial y en el final una conexión directa con Margarita. El primero, sobre el lenguaje y la literatura, las dos materias que como profesora me enseñó, me aclaró y me llevó a amar, convirtiendo al primero en la herramienta de mi trabajo y a la segunda, en la materia de mis sueños y de mis ensoñaciones. El que sirve de cierre, sobre las gracias y la gratitud: ella deshilvana ambos conceptos para agradecer al lector su atención y yo estoy convencido de que, tras disfrutar el libro -que, como pocos, se puede empezar o terminar por donde se quiera y retomar cuando se desee-, cualquiera le agradecerá a ella su ingente, impecable y tan necesario trabajo. 

 Francis Pachá

Foto de portada: Teresa Álvarez



Francis Pachá en una de las presentaciones 
de mi libro "Palabras hilvanadas".


                        Francis Pachá lee un pasaje de mi libro sobre el lenguaje escatológico

jueves, 22 de diciembre de 2022

Romancillo invernal

 

Río Omaña (León). Foto: MAR


El señor  Invierno

aquí va llegando,

con  cara de anciano

y cabello  blanco.

Se viste con guantes

y gorra de paño,

bufanda de lana

y grueso tabardo.

Y unas buenas botas

que eviten el barro

y que le permitan

andar por los charcos.

Su nariz se enfría,

se le hielan las manos,

y  le tiembla el cuerpo

al ir caminando.

Pero, aun aterido,

y con pies cansados

camina sin pausa

como viento alado.

Desnuda los árboles,

que están tiritando,

y cubre los picos

con un manto blanco.

Le gusta  la noche,

y allí, agazapado,

cubre con   helada

campos y tejados.

Durante tres meses

aparece a diario,

de día y de noche,

y siempre abrigado.

Camina y camina

hasta el mes de marzo,

en que  Primavera

ya le sale al paso.

Le quita la gorra,

le quita el tabardo…

¡Se siente desnudo!

¡Y sale pitando!


© Margarita Álvarez Rodríguez

lunes, 19 de diciembre de 2022

Silencios y ecos

 

La vida está llena de ruidos, pero, entre los ruidos, también percibimos, a veces, la voz del silencio. Hay distintos silencios. Hay silencios aburridos,  hay silencios reflexivos,  hay silencios inquietantes... Hay silencios de asombro, de esos que dejan sin palabras. Y hay silencios estremecedores.

Inquietante es el silencio de un teléfono que de repente se queda mudo. Mensajes y mensajes, llamadas y llamadas, pero al otro lado de la línea  no hay palabras, sino un velo de oscuridad que despierta una profunda desazón. Horas de silencio de esas que luego se rompen con dolorosas negaciones: ¡No! ¡No puede ser! ¡No es posible! Y también con preguntas: ¿Cuándo, cómo, por qué? La respuesta solo lleva a un silencio negro del que se han adueñado lágrimas y lamentos, un silencio negro que queda congelado en una esquela. 

Cuando una muerte cercana nos pilla desprevenidos, nos sobrecoge, como le ocurría  a  Miguel Hernández  en aquellos versos dramáticos de la elegía dedicada a   Federico García Lorca:

¡Qué sencilla es la muerte, qué sencilla

pero qué injustamente arrebatada!

No sabe andar despacio, y acuchilla

cuando menos se espera su turbia cuchillada. 

Y, sí, la muerte a veces dirige su turbia cuchillada, sin piedad hacia quien no debía o cuando no debía,  pero esa muerte traicionera no consigue llevarse  del todo al silencio del olvido a esa persona querida,   pues pronto un eco tenue empieza a oírse en la lejanía. Si nos disponemos a escucharlo, ese eco se va haciendo cada vez más potente hasta convertir el silencio sordo de la ausencia en un silencio sonoro de presencia. Un silencio sonoro  cuajado de pequeños detalles que quedan prendidos en los recuerdos y  que nos devuelven al ser amado a la memoria de los vivos: una sonrisa, una fotografía, una frase, un gesto...  nos aportan minutos de serenidad y compañía.  Quizá ese silencio sonoro sea la prueba más fehaciente de la inmortalidad. 

Mientras sigamos escuchando los ecos de esa persona querida y hablando de ella (y con ella) vivirá en nuestra palabra. Y de esa morada del recuerdo nadie la podrá arrebatar. Ese será  el triunfo de la vida sobre la muerte. Como lo hacía El muerto de José  Hierro (del que este año celebramos el centenario de su nacimiento).

         (...)  Pero yo, que he sentido una vez

           en mis manos  temblar la   alegría

           no podré morir nunca. 

          Morirán los que nunca jamás sorprendieron

          aquel vago pasar de la loca alegría.

          Pero yo que he tenido una vez

         su tibia hermosura en mis manos

         no podré morir nunca. 

Era un 19 de diciembre (2021). Es un 19 de diciembre (2022). Nuestros ojos   siguen abiertos, nuestros oídos, atentos...  Vives, María Antonia (Megido García),  con todos nuestros seres queridos ausentes, en los ecos de  nuestra memoria. Y siempre nos  quedará de ti la alegría de esa niña que se columpia colgada de la luna.


Ecos... Grabado que María Antonia me regaló
cuando desmontó su casa de Madrid



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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.