miércoles, 15 de marzo de 2017

Dichos relacionados con la lengua castellana (IV): gramática

                       

                                                                    A vueltas con la gramática…


                            A todas esas personas que han tenido que esforzarse  para  comprender  los intríngulis gramaticales y a las que han tratado de explicarlos...




Abordo el cuarto artículo de dichos relacionados con la lengua o con cambios de valores  morfológicos de algunas palabras. En esta ocasión,  y ser una deslenguada, pretendo hablar de la  gramática, disciplina que, un poco  denostada en los estudios académicos,  ha generado dichos, más bien negativos,  en la lengua común. 

 La palabra sujeto o mal sujeto no nos habla de alguien de recta moral, más bien de uno  que sabe latín o   es experto en esa gramática poco clara llamada  gramática parda, que parece que es más práctica para él que la académica que habla de las clases de palabras.

Existe también el tipo de erudito  a la violeta que, desde su ignorancia, nos repetirá que la gramática no es útil ni por activa ni por pasiva ni por perifrástica (expresión que alguno ha incorporado ya a su incultura gramatical). Y  en un verbo, que es lo mismo que decir en un santiamén, nos dará una lección magistral de su incultura.

Lo de la activa y la pasiva son expresiones muy recurrentes en la actualidad: fumador pasivo,  clases pasivas…, población activa, servicio activo…  Y, por supuesto, para la Hacienda Pública, que  llama al contribuyente sujeto pasivo, nombre que se las trae, porque, por muy pasivo que lo considere la Agencia Tributaria, tiene que convertirse en activo a la hora de pagar impuestos. Impuestos que paga por mandato imperativo o por imperativo legal.   En ese asunto solo hay una salida: pagando, que es gerundio. Y, si no es así, ya intervendrá Hacienda  rompiendo las oraciones.

El nombre o sustantivo tampoco pasa desapercibido en el lenguaje coloquial. Muchos hemos firmado alguna vez  un talón nominal, nos hemos visto obligados a hablar  en nombre de alguien, y  algunos incluso se permiten hablar en nombre de Dios, aunque arrogarse esa representación es algo tan osado que no tiene nombre. Ahora se ha puesto también de moda el verbo sustantivar, con él trata de darse valor sustantivo o importancia cardinal  o superlativa a cosas que no siempre la  tienen.

También preposiciones y conjunciones tienen un hueco en las expresiones coloquiales. A los españoles, dicen que como manifestación de la envidia, nos gusta poner objeciones, nuestros peros, a la valía ajena, y basta que unamos un adverbio y una conjunción para que la crítica aparezca clara, con el famoso: sí, pero… Cuando queremos complicar más la expresión, afirmamos y negamos a la vez, y aparece el sí, pero no. Si la primera expresión nos dejaba un  resquicio para la anuencia, la segunda, una auténtica paradoja, nos deja decepcionados y  perplejos.

La rivalidad que han mantenido tradicionalmente las preposiciones con y sin se está zanjando a favor de sin, cosa que resulta chocante, porque las privaciones no nos suelen gustar.  Si pedimos café sin cafeína, tabaco sin nicotina, cerveza sin alcohol… ¿qué queda del café, el tabaco y la cerveza? Pues, aun así, ¡marchando una  sin! Siempre que no sea una sinpa, expresión recién aparecida para llamar a los que se aprovechan de servicios prestados por otros  y se van sin pagar. A estos  tendremos que hacerles la pregunta ¿por qué?, y para que no desentone con la  escuálida expresión anterior la reduciremos también a una preposición: ¿por? Desgraciadamente la preposición sin  la unimos con frecuencia a situaciones que implican carencias sociales: los sin techo, sin papales,  sin  trabajo, sin paro... Y este sin no es por elección propia. Es, en realidad, un sin-vivir.

Hay también una conjunción que ahora está muy de moda y que se hace más intensa por su repetición, es la conjunción copulativa negativa ni, que además  tiene compañía y hasta plural. Y, por si fuera poco, le damos rango de nombre, los ninis, para llamar a aquellos jóvenes que ni estudian ni trabajan, muchas veces por decisión propia.

Los adverbios de afirmación y negación, y no adquieren a veces unas formas peculiares. Algunos hablantes sustituyen la rotundidad del no, por la palabra negativo, con cuyo término parece que están calificando nuestro comportamiento. O por un no, para nada, que no se sabe muy bien si va dirigido al interlocutor o  a  algo o alguien llamado Nada. Ahora, además, se han puesto de moda dos formas que parece que están constipadas o están a medio estornudo: sip y nop. Y una frase emblemática se ha incorporado al repertorio del lenguaje político de los últimos tiempos: No es no. Esa frase nos pone en una disyuntiva, pues no se sabe si indica rotundidad o es una explicación gramatical para torpes de la que hacía gala su autor cuando preguntaba qué parte del no debía explicar. Nos quedamos con el interrogante, del que seguramente nos saque su autor con un sí es sí…

El   y el no también forman una pareja inseparable y colorista cuando los recitamos, a modo de retahíla,  mientras arrancamos los pétalos de una margarita y buscamos respuestas sobre el amor: sí…, no…, sí…, no…, sí…¡síííí!



Hay una palabra que puede servir para introducir nuestro parecer, según nuestra opinión, cuando es una simple preposición, o dejar  opiniones y decisiones en el aire. cuando la transformamos en adverbio: según o según y cómo. Una contestación indeterminada o ambigua que puede esconder tras sí complejos razonamientos.

Son los indefinidos, sin embargo,  como dijo el otro,  los que  más abundan en el repertorio de frases coloquiales. Si conseguimos ser alguien en la vida el indefinido nos da relevancia social. En cambio, el pronombre negativo nos empequeñece socialmente,  si dicen de nosotros que no somos nadie. Y peor todavía si nos vemos obligados a reconocer que no somos nada, pues esa expresión tiene connotaciones funestas. Ser un donnadie no resulta tampoco un tratamiento muy favorecedor, ni tampoco estar en tierra de nadie, que curiosamente no es de nadie, pero tampoco nos la podemos apropiar.

Desde luego nos trata mejor el indefinido algo, por eso de que siempre algo es algo. Es una verdad de Perogrullo. Aunque a veces es mejor cosa de poco que algo gordo.  Pero si al final todo se queda en nada de nada, tengamos cuidado para que no nos dé algo  a causa del disgusto.

Algunos hacen silenciosamente una de las suyas o no dan una y no son calificados de forma despectiva, incluso algunas de esas personas tienen relevancia social. Pero, ¡esa es otra!,  hay un indefinido que solo trata mal a las mujeres. Se puede ser cualquier hombre, una persona cualquiera, pero, ¡ay de una mujer si decimos de ella que es una cualquiera

Otros, sin hacer daño a nadie, vocean: ¡Otra, otra, otra! Así pretenden que un artista haga bises en el escenario y alguno que otro tiene a bien hacerlo. Nosotros voceamos y aplaudimos e intercambiamos lo uno por lo otro.

También hay indefinidos que tienen sus más y sus menos. Parece que algunos están de más y tienen tiempo para estar inventando nuevas expresiones que parezcan más modernas. Una de ellas, que ahora está muy de moda en el llamado minimalismo, es esa que dice que  menos es más. Algo paradójico  que nos deja con la boca abierta.

¡Ahí es nada! Este es  el indefinido  que se lleva la palma,   como si nada. Nos sirve para contestar cuando nos dan las gracias: De nada. (Será por algo, ¿no?). Expresamos nuestro asombro sumando y restando a la vez  con nada más y nada menos… Negamos con rotundidad con nada de nada o con una expresión que parece  disfrazar  la negación con un halago: de eso nada, monada. Hablamos de la carencia de algo con casi nadanada y menos, sin darnos cuenta de que no puede existir nada que sea menos que nada. Nos sirve también para expresar nuestro malestar: ¡Nada, que no se calla! A veces evitamos  la palabra y la sustituimos por expresiones más adornadas y coloristas: ni flores, que los más frikis sustituyen por  flowers.

Y eso que los demostrativos también se han incorporado a abundantes dichos coloquiales. Decimos de alguien que tiene un encanto especial que tiene su aquel. Perseguimos al que huye con el grito: ¡A ese! Pero ni por esas conseguimos atraparlo  aunque hayamos puesto en ello  todo el  empeño. En eso alguien plantea algo que nos satisface y  lo asumimos con entusiasmo con un rotundo: ¡Eso mismo! 

Pero si hay un pronombre que brilla por sí mismo es  yo, pues hasta le rendimos culto, a veces bajo la aureola del  clásico ego. En alguna ocasión hasta nos apropiamos de la decisión de otros con el famoso yo que tú, si es que nos dejan  y no nos responden a tú por tú. Para mí que  también nos gusta mucho usar el pronombre mí con el mismo cometido: ¡Y a mí qué!, o por mí que… (se muera). Entre los pronombres personales podemos encontrarnos con relaciones de conveniencia o  extraños socios: entre nosotros; hoy por ti, mañana por mí

También los posesivos tienen algún uso extraño. Cuando queremos decir que alguien es raro, reservado… decimos que es muy suyo.  ¿Es que hay alguien que no sea suyo? Podemos dudar de todo menos de la “propiedad” de nuestra propia persona.

Desde hace ya unos años hay  un concepto morfológico que se ha adueñado del lenguaje político y periodístico, y que merece una reflexión aparte. Es, sin duda,  el de   género. De tal manera ha salido del ámbito gramatical que ha llegado al político, e incluso al jurídico, y no siempre con connotaciones positivas.

El sexo se reserva hoy  para la condición biológica y el género se aplica a los roles sociales. Violencia de género, discriminación de género… son palabras con las que nos hemos familiarizado demasiado. Sin embargo, las palabras tienen género gramatical, no sexo; en cambio, los seres humanos tienen sexo y no género. Seguramente es ya una batalla lingüística perdida, pero confundir ambos conceptos es no llamar a las cosas por su nombre, con lo que eso supone a la hora de disfrazar la realidad.

La expresión violencia de género se ha tomado como calco léxico del inglés gender violence, gender based violence. En inglés la expresión incluye género gramatical y sexo, pero en español, hasta época reciente, solo tenía un significado gramatical, al que ahora se le ha añadido un significado social. Nuestra Constitución, en el artículo 14, habla de discriminación por razón de sexo. Parece, pues, que lo adecuado sería hablar de violencia doméstica, violencia de pareja o por razón de sexo.  Cuando se aprobó la Ley Integral contra la Violencia de Género, la Real Academia Española propuso llamarla Ley integral contra la Violencia Doméstica o por Razón de Sexo.

La violencia se produce de forma casi exclusiva contra las mujeres, en demasiados casos con resultado de muerte, ante la que asistimos estupefactos e impotentes. Si las víctimas de esa violencia son las mujeres, es precisamente por ser mujeres, es decir, por su sexo.

Por ello, parecería más lógico y más claro hablar de razones de sexo y no de género. Por otra parte, el asesinato de la esposa o pareja debería llamarse uxoricidio, pero, como este término es desconocido para la mayoría, se prefieren expresiones más largas como violencia machista o violencia de género, que van en contra de la economía lingüística.

Pero a la vista está que la denominación de la ley que proponía la RAE no triunfó ni tampoco el término uxoricidio (últimamente empieza a parecer el término feminicidio). Ha triunfado la lengua viva, frente a una palabra de una lengua muerta. Y es que la lengua  no la hacen las academias, la hacen los hablantes.  Y lo mismo que ellos no puede ser pluscuamperfecta…

En cualquier caso, no siempre las leyes cambian la  realidad. Tampoco la cambia la  gramática,  pero sí la educación en igualdad, tolerancia y libertad.






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2 comentarios:

  1. Gracias Margarita, por tus amenas lecciones gramaticales, un saludo.

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    1. También hay que tomarse a broma la gramática para que no sea tan árida. Saludos, Paco.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.