Un emperador, una mujer, una fe
Autora: María José Prieto
Editorial: Esstudio Ediciones
Madrid, 2019
Págs. 438
María José Prieto, leonesa, es doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación y catedrática de Lengua y Literatura. Autora de varios libros de poemas y relatos. La obra objeto de este comentario es su sexta novela.
Su nueva publicación presenta en el título una enumeración: Un emperador, una mujer y una fe. El emperador es Nerón, la mujer Esther, una mujer judía que se ha convertido al cristianismo y una fe que es, sin lugar a dudas, la cristiana.
La autora plantea en esta novela el tema de la búsqueda del sentido de la vida y trata de establecer una relación entre el bien y el mal que dominan el mundo, una lucha que se repite cíclicamente en distintas épocas y civilizaciones y que, con frecuencia, está ligada a las creencias religiosas. La novela transcurre en dos épocas diferentes: el siglo I después de Cristo y el siglo XXI. Para ello establece un paralelismo entre la persecución e incomprensión que sufrió el cristianismo en el siglo I, durante el imperio de Nerón, y la persecución que sufre en el siglo XXI por la descristianización del mundo occidental y la amenaza que suponen el islam y el comunismo para la cultura de raíces judeocristianas.
Su nueva publicación presenta en el título una enumeración: Un emperador, una mujer y una fe. El emperador es Nerón, la mujer Esther, una mujer judía que se ha convertido al cristianismo y una fe que es, sin lugar a dudas, la cristiana.
La autora plantea en esta novela el tema de la búsqueda del sentido de la vida y trata de establecer una relación entre el bien y el mal que dominan el mundo, una lucha que se repite cíclicamente en distintas épocas y civilizaciones y que, con frecuencia, está ligada a las creencias religiosas. La novela transcurre en dos épocas diferentes: el siglo I después de Cristo y el siglo XXI. Para ello establece un paralelismo entre la persecución e incomprensión que sufrió el cristianismo en el siglo I, durante el imperio de Nerón, y la persecución que sufre en el siglo XXI por la descristianización del mundo occidental y la amenaza que suponen el islam y el comunismo para la cultura de raíces judeocristianas.
En la acción de la novela que transcurre en el siglo I, se oponen el mundo de los dioses romanos (y griegos) y la religión ancestral de las provincias
romanas (Britania), que tenían unas
creencias irracionales, unas prácticas crueles y una moral depravada, a la
liberación que supuso la difusión del monoteísmo y la moral del cristianismo, una religión basada en el
amor. Por otro lado, compara el Dios del
temor y la intolerancia del judaísmo, basado
en el Antiguo Testamento, con la visión
tolerante del Dios del Nuevo Testamento que predica el cristianismo. En la parte de la novela que
se sitúa en el siglo XXI la contraposición del cristianismo la establece
fundamentalmente con el islam.
Según la autora, el cristianismo nos presenta a un dios
compasivo y tolerante, frente al islam en que aparece un Dios duro y exigente, o así parece que lo
ven los creyentes más fanatizados. Los
cristianos no tienen miedo a morir por su fe cuando son perseguidos, los musulmanes
extremistas, tampoco; pero, a diferencia de los primeros, ellos matan para morir. A estos extremistas les importa
más someter y aterrorizar que los principios religiosos.
Dos mujeres, Esther y Julia, serán los símbolos más notables
del cristianismo en cada una de las épocas.
Esther es la representante del
mundo judeocristiano, una bella joven que simboliza el bien, frente a la corrupción
moral del mundo romano, que es en la novela la encarnación del mal. Julia, en el mundo
contemporáneo, es una mujer que tiene estudios teológicos y que refleja la defensa del cristianismo
frente al islam. Esta mujer se enamora de un chico musulmán con el que coincide
en sus estudios en Roma, pero desde el primer momento aparece en ella y en su
entorno un halo de desconfianza hacia él porque procede de un país islámico.
A pesar de que la autora considera que la auténtica verdad se encuentra en el
interior de uno mismo, al margen de la religión que se profese, y de que rechaza
el dogmatismo y el uso que algunos extremismos hacen de la religión para
esconder el deseo de poder y dinero, deja
bien claro que la religión católica es la verdadera doctrina y que “existirá hasta el final de los tiempos”.
Esto lleva a un cierto maniqueísmo, pues
las referencias a las demás religiones e ideologías presentan, casi siempre, connotaciones muy negativas, frente
al cristianismo. Es verdad que en varias ocasiones insiste en que el mal no
está en las religiones, sino en las personas que se dejan llevar por fanatismos
o erradas interpretaciones de sus credos, cosa que ocurrió también en el
cristianismo de otras épocas y en la jerarquía de la iglesia católica contemporánea, pero la insistencia en lo negativo (quizá
excesiva, por lo reiterada) provoca esa sensación en el lector.
En cuanto a la
estructura, María José Prieto trata de que las dos épocas en que transcurre la acción, la Roma y la Britania del siglo I
y la Roma del s. XXI, Riad y otros
lugares, se desarrollen en paralelo, de manera que el lector tenga la apreciación de que ambas
acciones son contemporáneas a su lectura. Para ello utiliza una forma sencilla,
pero al mismo tiempo clara y acertada, en la que va intercalando, de forma
alternativa, los capítulos que se
refieren a cada uno de los siglos, indicando al inicio de cada uno de ellos la
época cronológica a que corresponden. En cierta medida, recuerda la solución
que adoptó Cervantes en El Quijote en
los capítulos en que se separan Sancho y don Quijote durante el gobierno de Sancho en la ínsula Barataria. Parecería que las dos
historias corren paralelas sin llegar a encontrarse, sin embargo, a lo largo de
la narración, existen una serie de vasos comunicantes entre las dos épocas. Son
como las traviesas que unen vías paralelas. El principal es el que tiene que
ver con el tema central de la novela. Al final confluyen las dos épocas en un desenlace que las unifica.
Hay dos personajes femeninos, Esther en el siglo I y Elena en
el siglo XX que, además de encarnar el símbolo de la verdad cristiana, están dotadas de una extraña facultad: tienen
el don de la videncia. La primera es
capaz de anticipar hechos del futuro (desde el siglo I ve el XXI) y la segunda
de recrear el pasado (desde el siglo XXI ve el siglo I). Y justamente las épocas que pueden anticipar,
en un caso, y evocar, en el otro, son los
tiempos en que transcurre la novela. Los nombres de estas mujeres tienen
también una vinculación en su nombre, pues ambos nos sitúan en el mundo
antiguo. Esther es un nombre bíblico (la autora también habla del origen del
nombre en la novela). Es quizá la estrella sobre la que gira la novela, “revestida
de un halo de espiritualidad” es “un ángel”. Es la mujer a la que hace referencia el
título. Elena es un nombre de origen griego que en su origen significa
antorcha. Estrella y antorcha son, pues, las mujeres que ven lo que está fuera
de su época. No sé si es mera casualidad o algo buscado por la autora con un
significado más profundo. Las dos se funden al final de la novela, traspasando
la distancia cronológica, en una luz misteriosa que emana de Jesús. Las dos
viajan fuera de Roma, acompañadas de otra mujer, para buscar a personas que han desaparecido.
La primera lo hace a Britania, la segunda a Riad. Ambas lo hacen disfrazadas
de hombres para sortear las dificultades
propias de su sexo…
La novela tiene un alto componente “didáctico” que ha
requerido una documentación importante por parte de la autora. Quizá en ello puede verse la formación y la
dedicación de María José Prieto el mundo
de la docencia. El lector siente ese afán que tiene la autora por enseñar, por
explicar asuntos que, en algunas ocasiones, que no son estrictamente necesarios
para el avance de la acción principal. Este componente es más importante en lo
referido a la época antigua.
Usa la narración, y con frecuencia los diálogos, para incluir auténticas
disertaciones sobre aspectos diversos del
mundo antiguo. Estos falsos diálogos son una novedad
narrativa de la novela. A través de esta técnica conocemos cómo era la casa romana,
la estructura social y familiar, los principios morales y, sobre todo, la
mitología. Cualquier pretexto es bueno para introducir estas digresiones. En
varias ocasiones, un paseo por un jardín y la presencia de alguna estatua da
pie a un personaje para contarnos el significado del ser representado, generalmente,
un dios. En otros casos, se usan los
diálogos para contar antecedentes de algún personaje, incluido el emperador.
Con frecuencia los diálogos se convierten así en narraciones a través de largos relatos que realiza algún personaje.
Es interesante esta información, pero en algunos casos ralentiza demasiado la
acción principal. En lo concerniente al siglo XXI, las explicaciones tienen más
que ver con cuestiones teológicas y diferencias culturales entre Oriente y
Occidente.
En cuanto la técnica narrativa
en la novela tiene una importante
presencia el diálogo, aunque, como decía más arriba, en algún caso se confunden
diálogo y narración. En el tiempo en que la novela se desarrolla en la época
clásica la acción se desarrolla de
manera más lenta, por la presencia frecuente de ese diálogo descriptivo-narrativo, y en la época contemporánea la
acción es algo más rápida. Seguramente
la autora lo ha hecho a propósito, pues todos conocemos las circunstancias del mundo
actual y no es necesaria tanta explicación del contexto histórico.
En cuanto al lenguaje, nos encontramos con un léxico de contrastes. En la novela
aparecen con mucha frecuencia expresiones coloquiales, no solo en el diálogo,
sino también en la narración. Estas expresiones las combina, a veces, con términos de un nivel léxico
culto. Así conviven expresiones como “caer por los suelos”, “no las tengo todas
conmigo”, por ejemplo, con otras del nivel culto, como “confinada a estos
menesteres” o el adjetivo “argéntea”. También
hay presencia de latinismos que marca con letra cursiva para que no resulten
palabras confusas para el lector (complivium,
domus, etc). Hay, pues, una mezcla de niveles léxicos en la que no parece
haber un criterio definido.
No podríamos encuadrar la novela dentro del realismo, salvo
que hablemos de un cierto realismo mágico, pues con hechos y lugares que
podrían ser reales se mezclan otros que hay que calificar de sobrenaturales,
como apariciones, visiones, sueños premonitorios y conversiones milagrosas; pero, en líneas
generales, salvo en el final, la acción es
verosímil.
La novela trata de decirnos que los enfrentamientos y la intolerancia motivados por temas
ideológicos se repiten a lo largo de la historia, que el bien y el mal en lucha
permanente son ejes transversales de esa historia, que la maldad es motivada muchas veces por el deseo de
poder y riqueza, aunque se disfrace tras un componente religioso, y que estamos condenados
a repetir los errores del pasado que han generado destrucción de vidas y sufrimiento para la humanidad. Una frase de
la novela resume esta idea: “Aunque pasen los siglos y milenios los hombres
básicamente seguirán igual”. Sin embargo, en el libro comentado, de repente, como por arte de magia o milagro,
el bien, en forma de luz y amor, encarnado en Jesús (cristianismo), se aparece
a los malvados de las dos épocas y se
extiende por el mundo como un bálsamo curativo: islamistas, comunistas, ateos…
todos reconocen el poder transformador de la religión católica. Incluso los
hechos y los personajes principales de las
dos épocas van a confluir entre sí. Aquello que era irreconciliable se convierte
en un mundo de paz y tolerancia y de interés por la ecología. Nos quedan sin respuesta algunas
preguntas: ¿Hasta cuándo durará ese milagro? ¿Es necesaria una creencia
religiosa para que el mundo sea más humano? ¿Podemos confiar en la humanidad? Pero
ese es el final feliz de la novela, en la novela todo es posible y no podemos
ir más allá. Quizá solamente pedir a la autora que continúe la historia.
En fin, estamos ante
una obra (que peca tal vez de un poco extensa) que nos entretiene con la capacidad
de fabulación de la autora, que nos permite conocer el mundo antiguo y su contexto y
que nos hace reflexionar sobre la intolerancia que lleva a la falta de
libertad y, en muchos casos, a la violencia y
a la crueldad.
Margarita Álvarez Rodríguez
Filóloga y profesora de
Lengua y Literatura
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