lunes, 13 de enero de 2020

Un emperador, una mujer, una fe. Reseña



Un emperador, una mujer, una fe

Autora: María José Prieto
Editorial: Esstudio Ediciones
Madrid, 2019
Págs. 438




María José Prieto, leonesa, es doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación y catedrática de Lengua y Literatura. Autora de varios libros de poemas y relatos. La obra objeto de este comentario es su sexta novela.

Su nueva publicación presenta en  el título una enumeración: Un emperador, una mujer y una fe. El emperador es Nerón, la mujer Esther, una mujer judía que se ha convertido al cristianismo y una fe que es, sin lugar a dudas, la cristiana. 

La autora plantea en esta novela el tema  de la búsqueda del sentido de la vida y  trata de establecer una relación entre el bien y el mal que dominan el mundo,  una lucha que se repite cíclicamente en distintas épocas y civilizaciones y que, con frecuencia,  está ligada a las creencias religiosas.  La novela transcurre en dos épocas diferentes: el siglo I después de Cristo y el siglo XXI. Para ello establece un paralelismo entre la persecución e incomprensión que sufrió el cristianismo en el siglo I, durante el imperio de Nerón, y la persecución que sufre en el siglo XXI por la descristianización del mundo occidental y  la amenaza que suponen el islam y el comunismo para la cultura de raíces judeocristianas. 
En la acción de la novela que transcurre en el siglo I, se oponen el mundo de los dioses romanos  (y griegos) y  la religión ancestral de las provincias romanas (Britania), que tenían  unas creencias irracionales, unas prácticas crueles y una moral depravada, a la liberación que supuso la difusión del monoteísmo y la moral  del cristianismo, una religión basada en el amor.  Por otro lado, compara el Dios del temor y la intolerancia del judaísmo,  basado en  el Antiguo Testamento, con la visión tolerante del Dios del Nuevo Testamento que predica  el cristianismo. En la parte de la novela que se sitúa en el siglo XXI la contraposición del cristianismo la establece fundamentalmente con el islam. 
Según la autora, el cristianismo nos presenta a un dios compasivo y tolerante, frente al islam en que aparece  un Dios duro y exigente, o así parece que lo ven  los creyentes más fanatizados. Los cristianos no tienen miedo a morir por su fe cuando son perseguidos, los musulmanes extremistas, tampoco; pero, a diferencia de los primeros, ellos matan para morir. A estos extremistas les importa más someter y aterrorizar que los principios religiosos. 
Dos mujeres, Esther y Julia, serán los símbolos más notables del cristianismo en cada una de las épocas.  Esther es la  representante del mundo judeocristiano, una bella joven  que simboliza el bien, frente a la corrupción moral del mundo romano, que es en la novela  la encarnación del mal. Julia, en el mundo contemporáneo,  es una mujer  que tiene estudios teológicos  y que refleja la defensa del cristianismo frente al islam. Esta mujer se enamora de un chico musulmán con el que coincide en sus estudios en Roma, pero desde el primer momento aparece en ella y en su entorno un halo de desconfianza hacia él porque procede de un país islámico. 
A pesar de que la autora considera que  la auténtica verdad se encuentra en el interior de uno mismo, al margen de la religión que se profese, y de que rechaza el dogmatismo y el uso que algunos extremismos hacen de la religión para esconder  el deseo de poder y dinero, deja bien claro que la religión católica es la verdadera doctrina  y que “existirá hasta el final de los tiempos”.  Esto lleva a un cierto maniqueísmo, pues las referencias a las demás religiones e ideologías presentan, casi  siempre, connotaciones muy negativas, frente al cristianismo. Es verdad que en varias ocasiones insiste en que el mal no está en las religiones, sino en las personas que se dejan llevar por fanatismos o erradas interpretaciones de sus credos, cosa que ocurrió también en el cristianismo de otras épocas y en la jerarquía de la iglesia católica contemporánea,  pero la insistencia en lo negativo (quizá excesiva, por lo reiterada) provoca esa sensación en el lector. 
En cuanto a la  estructura, María José Prieto trata de que las dos épocas en que transcurre  la acción, la Roma y la Britania del siglo I y  la Roma del s. XXI, Riad y otros lugares, se desarrollen en paralelo, de manera  que el lector tenga la apreciación de que ambas acciones son contemporáneas a su lectura. Para ello utiliza una forma sencilla, pero al mismo tiempo clara y acertada, en la que va intercalando, de forma alternativa,  los capítulos que se refieren a cada uno de los siglos, indicando al inicio de cada uno de ellos la época cronológica a que corresponden. En cierta medida, recuerda la solución que adoptó Cervantes en El Quijote en los capítulos en que se separan Sancho y don Quijote durante el gobierno  de Sancho en  la ínsula Barataria. Parecería que las dos historias corren paralelas sin llegar a encontrarse, sin embargo, a lo largo de la narración, existen una serie de vasos comunicantes entre las dos épocas. Son como las traviesas que unen vías paralelas. El principal es el que tiene que ver con el tema central de la novela. Al final  confluyen las dos épocas en un  desenlace que las unifica. 
Hay dos personajes femeninos, Esther en el siglo I y Elena en el siglo XX que, además de encarnar el símbolo de la verdad cristiana,  están dotadas de una extraña facultad: tienen el don de la  videncia. La primera es capaz de anticipar hechos del futuro (desde el siglo I ve el XXI) y la segunda de recrear el pasado (desde el siglo XXI ve el siglo I).  Y justamente las épocas que pueden anticipar, en un caso, y evocar, en el otro, son los  tiempos en que transcurre la novela. Los nombres de estas mujeres tienen también una vinculación en su nombre, pues ambos nos sitúan en el mundo antiguo. Esther es un nombre bíblico (la autora también habla del origen del nombre en la novela). Es quizá la estrella sobre la que gira la novela, “revestida de un halo de espiritualidad” es “un ángel”.  Es la mujer a la que hace referencia el título. Elena es un nombre de origen griego que en su origen significa antorcha. Estrella y antorcha son, pues, las mujeres que ven lo que está fuera de su época. No sé si es mera casualidad o algo buscado por la autora con un significado más profundo. Las dos se funden al final de la novela, traspasando la distancia cronológica, en una luz misteriosa que emana de Jesús. Las dos viajan fuera de Roma, acompañadas de otra mujer,  para buscar a personas que han desaparecido. La primera lo hace a Britania, la segunda a Riad. Ambas lo hacen disfrazadas de  hombres para sortear las dificultades propias de  su sexo… 
La novela tiene un alto componente “didáctico” que ha requerido una documentación importante por parte de la autora.  Quizá en ello puede verse la formación  y  la dedicación de María José Prieto  el mundo de la docencia. El lector siente ese afán que tiene la autora por enseñar, por explicar asuntos que, en algunas ocasiones, que no son estrictamente necesarios para el avance de la acción principal. Este componente es más importante en lo referido a la época antigua. 
Usa la narración, y con frecuencia  los diálogos, para incluir auténticas disertaciones  sobre aspectos diversos del mundo antiguo.  Estos falsos diálogos son una novedad narrativa de la novela. A través de esta técnica conocemos cómo era la casa romana, la estructura social y familiar, los principios morales y, sobre todo, la mitología. Cualquier pretexto es bueno para introducir estas digresiones. En varias ocasiones, un paseo por un jardín y la presencia de alguna estatua da pie a un personaje para contarnos el significado del ser representado, generalmente, un  dios. En otros casos, se usan los diálogos para contar antecedentes de algún personaje, incluido el emperador. Con frecuencia los diálogos se convierten así en narraciones a través de largos relatos que realiza algún personaje. Es interesante esta información, pero en algunos casos ralentiza demasiado la acción principal. En lo concerniente al siglo XXI, las explicaciones tienen más que ver con cuestiones teológicas y diferencias culturales entre Oriente y Occidente. 
En cuanto  la técnica narrativa  en la novela tiene una importante presencia el diálogo, aunque, como decía más arriba, en algún caso se confunden diálogo y narración. En el tiempo en que la novela se desarrolla en la época clásica la  acción se desarrolla de manera más lenta, por la presencia  frecuente de ese diálogo descriptivo-narrativo, y en la época contemporánea la acción es  algo más rápida. Seguramente la autora lo ha hecho a propósito, pues todos conocemos las circunstancias del mundo  actual y no es necesaria tanta  explicación del contexto histórico. 
En cuanto al lenguaje, nos encontramos  con un léxico de contrastes. En la novela aparecen con mucha frecuencia expresiones coloquiales, no solo en el diálogo, sino también en la narración. Estas expresiones las combina,  a veces, con términos de un nivel léxico culto. Así conviven expresiones como “caer por los suelos”, “no las tengo todas conmigo”, por ejemplo, con otras del nivel culto, como “confinada a estos menesteres” o el adjetivo “argéntea”.  También hay presencia de latinismos que marca con letra cursiva para que no resulten palabras confusas para el lector (complivium, domus, etc). Hay, pues, una mezcla de niveles léxicos en la que no parece haber un criterio definido. 
No podríamos encuadrar la novela dentro del realismo, salvo que hablemos de un cierto realismo mágico, pues con hechos y lugares que podrían ser reales se mezclan otros que hay que calificar de sobrenaturales, como apariciones, visiones, sueños premonitorios y  conversiones milagrosas; pero, en líneas generales, salvo en  el final, la acción   es verosímil. 
La novela trata de decirnos que los enfrentamientos  y la intolerancia motivados por temas ideológicos se repiten a lo largo de la historia, que el bien y el mal en lucha permanente son ejes transversales de esa historia, que la maldad  es motivada muchas veces por el deseo de poder y riqueza, aunque se disfrace tras un  componente religioso, y que estamos condenados a repetir los errores del pasado que han generado destrucción de vidas  y sufrimiento para la humanidad. Una frase de la novela resume esta idea: “Aunque pasen los siglos y milenios los hombres básicamente seguirán igual”. Sin embargo, en el libro comentado,  de repente, como por arte de magia o milagro, el bien, en forma de luz y amor, encarnado en Jesús (cristianismo), se aparece a los malvados de las dos épocas y  se extiende por el mundo como un bálsamo curativo: islamistas, comunistas, ateos… todos reconocen el poder transformador de la religión católica. Incluso los hechos y  los personajes principales de las dos épocas van a confluir entre sí.  Aquello que era irreconciliable se convierte en un mundo de paz y tolerancia y de interés por la  ecología. Nos quedan sin respuesta algunas preguntas: ¿Hasta cuándo durará ese milagro? ¿Es necesaria una creencia religiosa para que el mundo sea más humano? ¿Podemos confiar en la humanidad? Pero ese es el final feliz de la novela, en la novela todo es posible y no podemos ir más allá. Quizá solamente pedir a la autora que continúe la historia. 

En fin, estamos ante  una obra (que peca tal vez de un poco extensa) que nos entretiene con la capacidad de fabulación de la autora, que nos permite conocer el mundo antiguo y su contexto y  que nos hace reflexionar sobre la intolerancia que lleva a la falta de libertad y, en muchos casos, a la violencia y  a la crueldad.

Margarita Álvarez Rodríguez
Filóloga y profesora de Lengua y Literatura

  




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.