sábado, 28 de enero de 2023

Los vericuetos del lenguaje político

 

El lenguaje  a menudo no es inocente, pues trata de orientar nuestra mirada en una dirección determinada. Y donde la inocencia lingüística brilla por su ausencia es, precisamente, en el lenguaje político, seguido de forma mimética, con mucha frecuencia,  por el lenguaje periodístico.  A ambos  hay que reconocerles la creatividad,  pero esa creatividad se presenta  casi siempre con algún grado de retorcimiento, que parece llevarnos por vericuetos por los que es difícil transitar. A través de eufemismos, metáforas, circunloquios, hipérboles, alargamientos de vocablos y otros varios recursos (que dejaremos para otra ocasión),  se distorsiona el uso estándar que hacemos los ciudadanos corrientes del idioma y en algunos momentos este  se nos hace casi ininteligible. 

Este lenguaje, en boca de la clase política, es un claro signo de demagogia, pero sería de agradecer  que los periodistas sacaran a la luz esa demagogia e  hicieran gala de la claridad y la concisión propias de su profesión para acercar a los ciudadanos aquello que en el lenguaje de la política se vuelve muchas veces sorprendente y  cercano a lo esotérico. 

En los últimos tiempos,  los políticos, en lugar de dedicarse solo a su tarea,  y hacerla bien (y ya tendrían suficiente con ello), parece que desean invadir, a través del lenguaje, otros campos profesionales que van de la filosofía al mundo del juego, pasando por otras actividades. No sabemos si se sienten parte de ellas o pretenden que nosotros las conozcamos, porque usan con asiduidad  expresiones que  no siempre se entienden, si no es con el concurso de especialistas en distintos campos profesionales.

Hagamos un pequeño repaso en este artículo de algunas expresiones  que conciernen a  distintas profesiones y pululan por el lenguaje político. Últimamente, se ha puesto de moda, por ejemplo, el verbo sustanciar,  que, fuera del marco jurídico, significa llevar a cabo un proyecto. Resulta que  ahora se sustancia cualquier cosa, porque los complementos directos son de lo más insospechado. Uno de ellos tiene que ver con las responsabilidades que ahora  no se  asumen, sino que  se sustancian. Pareciera que quisieran resucitar una profesión, real o creada por la pluma de Julio Camba,  la del sustanciero de la posguerra que iba por las casas alquilando un hueso de jamón para que diera sustancia  al puchero, y al que se le pagaba de acuerdo al tiempo que dejaba cocer el hueso en cada casa. Fuera real o no la profesión, lo cierto es que en muchas casas sí existía el hueso llamado sustanciero que se usaba y reusaba en varias ocasiones.

Otro verbo que se ha puesto de moda es trasladar.  Ahora los políticos, no dicen, no contestan, no hablan, no comunican, si bien no están mudos, sino  que trasladan lo que, en realidad, dicen. El verbo decir nos habla de un acto propio del ser humano,  es un verbo de entendimiento, en cambio, trasladar parece que deshumaniza la acción política, como si se trasladara un mueble o un objeto cualquiera. Así oímos en boca de cualquier político: Me han trasladado, le hemos trasladado Y no nos sorprende que así ocurra, porque ahora  tienen que trasladar los paquetes de medidas o de ayudas aprobadas por el Gobierno. Cuando eran un simple conjunto bastaba con que las explicaran y los medios de comunicación recogieran la noticia.  Eso sí,  de esta manera, a fuerza de trasladar, los políticos  no pueden ser acusados de no bajar a la calle. Y hasta hacen gala de ello y de ser receptivos a las peticiones de los ciudadanos. Me piden por la calle, aseguran algunos. Cosa que también sirve para justificar determinadas decisiones.

Si elevamos el listón, hay muchos  que  aspiran a convertirse en filósofos, porque  para negar la falsedad de un argumento se niega la mayor. Con ello se alude a la premisa mayor de un silogismo clásico. Es verdad que si la premisa mayor es falsa, es falso todo el razonamiento, pero más de un español se quedará sorprendido al oír esa expresión. ¿Qué es la mayor?  ¿Es la mayor… mentira, verdad, bellaquería,  tontería? ¡Ah, no! Hay que darse una vuelta por la lógica aristotélica para comprender esa expresión.  Tal vez el  busilis de la cuestión  esté en que no la entendemos, porque no nos la explican, sino que nos la trasladan, o porque no se ajusta a la verdad  (está proscrito decir que algo es mentira).

Otra profesión en la cual parece que se encarnan con frecuencia es en  la de maestro.  Les gusta  bajar a la escuela  y acusar a los alumnos más díscolos y vagos de no hacer los deberes o de hacerlos mal. A veces le dicen al rival de turno que no sabe la lección y, por si no la ha entendido,   ridiculizan al agraviado de  forma engreída y despectiva  con frases del tipo: Se lo volveré a explicar… Pero no es extraño que no la sepan, porque los mismos que acusan de vago al contrario  son capaces de asumir que  no lo han hecho bien al afirmar abiertamente:  No hemos sabido explicarlo. Incluso añaden: Tenemos que hacer pedagogía… Pasar por una facultad de Pedagogía siempre está bien, pero esto no parece cuestión de pedagogía, sino más bien de respeto al contrincante  que es posible que posea parte del patrimonio de la verdad.

Tampoco les importa convertirse en meteorólogos, pues por su lenguaje aparecen tormentas políticas, huracanes… Y hasta ciclogénesis. Pero, como no son tan expertos como los especialistas mencionados, no saben distinguir bien los fenómenos meteorológicos y deciden usar una expresión tópica que sirve tanto para  aguaceros como para nevadas o tormentas de cualquier signo. Todo se queda reducido a  la expresión con la que está cayendo

Pero,  cuando llegan esas situaciones tormentosas, se muestran preparados para velar por nuestra seguridad y siempre dispuestos a intervenir, como si fueran soldados, bomberos, policías… Por si saltan todas las alarmas. Si realmente saltaran todas a la vez  y fueran físicas, dejaríamos de oírlas muy pronto, porque el ruido sería  tan ensordecedor que nos rompería los tímpanos.  Y, aun refiriéndose a las metafóricas,  estamos tan acostumbrados a “oírlas” que ya no les hacemos caso. Por otro lado, ¿son “todas” las alarmas   de España? ¿”Todas” las del mundo?  No hay que preocuparse, porque se trata de alarmas que, por uno u otro motivo, están siempre saltadas, pues solemos estar inmersos en permanentes  guerras, sobre todo, guerras de cifras.

No faltan los que se sienten  guías de turismo, pues se pasan el tiempo haciendo hojas de ruta. ¿Adónde van esas rutas? Eso es un misterio. Parece que en la política actual  están sustituyendo a los proyectos... Los proyectos sabemos que  son el pensamiento de ejecutar algo,  pero las hojas de ruta no sabemos si son  hojas volanderas, hojas sueltas u hojas que se convierten en papel mojado. Los que trazan la ruta no siempre  se responsabilizan de guiarla bien, quizá porque hoy ya la gente no se responsabiliza  de casi nada, solo se   realizan ejercicios de responsabilidad, cuyo resultado desconocemos,  y en ese alambicar las expresiones se queda toda la energía.

 Tampoco son ajenos   el mundo de la farándula, tan denostado en otras épocas, pues  otra de las expresiones que abundan en el lenguaje político  es eso de no contemplar ese  escenario. De repente parece que estas personas no se dedican a hacer política, sino a contemplar escenarios, como si estuvieran asistiendo permanentemente a un espectáculo.  Y da la sensación de que los espectáculos son variados, por eso de que al no contemplar “ese” escenario (uno concreto por el valor del demostrativo),  sí parece que  pueden contemplar otros. Se pueden valorar posibilidades, pero escenarios es un tanto difícil. Aunque, está claro que el verbo valorar es otro de los desterrados del idioma, pues ahora la moda no nos lleva a valorar  las cosas, sino a  ponerlas  en valor, siempre y cuando haya  alguien que  entre  a valorarlas. ¿Estaremos, tal vez, hablando de que se sienten de  tasadores?  

Alguna vez hemos oído a algún político acusar a otro de ser  un tahúr  en el sentido de mentiroso o jugador fullero. Según la RAE, tahúr también significa  jugador que  practica el juego con mucha habilidad.  Desde luego jugadores se sienten,  porque barajan posibilidades, y hábiles, también, pues son capaces de barajar “una”  posibilidad. Es imposible barajar una carta, como lo es barajar una  posibilidad.  Barajar, en sentido figurado,  es considerar varias posibilidades, como barajar cartas es mezclar varias. Pero en este mundo nada hay imposible, por lo que parecen ser, aparte de jugadores, auténticos prestidigitadores.

Los ciudadanos somos conscientes de  que  conviene  cuidar  el buen ánimo de los gobernantes, pues   algunas decisiones dependen de si están o no en el ánimo del Gobierno. ¿Y qué pasa si el ánimo no es el apropiado? ¿O si algo está en su ánimo, pero no en su pensamiento? El ánimo pertenece  el mundo de los sentimientos, los proyectos son tareas de la mente. ¿No vendría bien la ayuda de un  psicólogo?  Desde luego  parece que,  con frecuencia, las mentes están confusas, por eso plantean dilemas, cuando en realidad lo que plantean son varias opciones y la palabra dilema se refiere  solo a dos.  A veces van más allá y pasan de lo psicológico a lo físico  y aseguran que  determinados proyectos están en su ADN. De repente nos quedamos estupefactos, pues  hemos pasado de la necesidad de pasar por un  gabinete de  terapia psicológica a  la de analizar  el ADN  de los partidos políticos con la ayuda de bioquímicos. Y nos seguimos sorprendiendo con frases como esta en boca de un ministro: El detenido nunca ha estado en el radar por radicalización. De los bioquímicos hemos pasado a los físicos para que nos expliquen qué es  estar en el radar.

No hace mucho tiempo, en el Congreso,  oímos a un diputado, sin ningún empacho, llamar a una parlamentaria bruja. Mal vamos si hay brujas en el Parlamento y, aún peor, si existen perseguidores de brujas. Necesitamos varios siglos para acabar con  Inquisición, pero parece que no hemos acabado todavía con  la caza de brujas.

Si seguimos poniendo el oído atento en algún momento  también podemos pensar que los políticos necesitan la ayuda de un melonero, porque por sí mismos no se atreven a abrir el melón, el de la Constitución o cualquier otro. Y es que, según parece, hay muchos melones que abrir y pocas manos que atinen y quieran hacerlo.

Algunos días hay que elevarse a niveles superiores y buscar el apoyo de teólogos y moralistas para entender lo que quiere decir un político cuando acusa  a otros de ser los profetas del Apocalipsis (parece que nos obligan a conocer el Antiguo Testamento) o cuando queremos entender la diferencia que hay entre gente honrada y gente honesta. Tradicionalmente en nuestro idioma había una diferencia clara entre los significados de honesto, que significaba decente o pudoroso, y que se aplicaba más bien en la moral sexual, y honrado, que significaba probo, o sea,  persona que actúa con rectitud.  A los ciudadanos debería interesarnos más  que  el político sea honrado que el que sea honesto. Ahora  como se han confundido ambas palabras ya no tenemos tan claro qué tipo de moral, si la privada o la pública, nos interesa del político en cuestión.

En fin, que, fijándonos en el lenguaje de los políticos y de los periodistas podemos encontrarnos  referencias frecuentes a otros campos profesionales, pero, curiosamente, faltan las referencias a los lingüistas… Vamos, pues,  a cerrar  este artículo con una pequeña pincelada lingüística: la diferencia entre oír y escuchar. Si te escucho y no te oigo, la culpa no es mía, pues hay otra causa que lo impide, pero, si alguien dice a la persona a la que no oye que no la escucha,  lo lógico es que no la oiga,  precisamente por no escucharla y,  además, mostraría su  mala educación. Escuchar es poner atención, oír es solo captar por el oído.  Quizá estemos  solo ante una muestra de evolución del idioma, aunque  los idiomas, en su evolución, se  suelen regir  por el “principio de economía lingüística” y es más simple (menos sílabas) decir oír que escuchar, que es ahora la tendencia frecuente en el habla  urbana. Pero el futuro  de un idioma es impredecible y seguramente otras personas lo explicarán en su día.


© Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga

Imagen: Pixabay.com


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4 comentarios:

  1. Excelente reflexión destacando la reflexión entre filología y demagogia política, implicando el quehacer negativo en este aspecto del periodismo, o de una parte al menos. Merece la pena difundirlo

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  2. Si tod@s hablásemos siendo conscientes de lo que decimos, y nos callásemos lo que no deberíamos decir, escuchar sería más fácil. O al menos habría menos "ruido" para entender....
    Excelente artículo, lo comparto.

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    1. Gracias, Eva. Nos cuesta escuchar y, si encima tenemos "ruido" verbal alrededor y mucha demagogia, la tarea cada vez es más difícil. Y si escuchamos, a veces no entendemos porque el lenguaje es incomprensible.

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