domingo, 19 de abril de 2020

Eran niños… Son niños



           A Gonzalo y Alejandra...

En el día 36 del estado de alarma

Foto: MAR

Eran niños que miraban el presente con alegría… Niños que iban al colegio, compartían juegos, energías y afectos con otros niños. Niños que veían la vida con seguridad, con la seguridad que les aportaban sus mayores, personas que ellos sabían que les exigían,  pero  que también les podían solucionar  los problemas.  Niños que seguían la rutina del curso académico: que madrugaban, que hacían su jornada de trabajo escolar, que disfrutaban de actividades lúdicas y deportivas.  Niños que se alegraban cuando había  algún día de vacación escolar,  que apuntaban en  su agenda los deberes y las fechas de los exámenes  y tachaban en un calendario los días que quedaban para las vacaciones…

Eran niños… Son niños.

La calle, el parque, las pistas deportivas, la naturaleza eran parte de su mundo…  Las miradas cómplices con otros niños, los juegos, los roces, los enfados… Y en ese mundo infantil estaban el sol y las nubes y la lluvia y el viento… Y el futuro. Pero ese mundo exterior está hoy al otro lado de la puerta, al otro lado del  deseo, al otro lado  de la libertad.  La brisa se ha quedado apresada en el movimiento de una cortina, las 
nubes dibujadas  en el cristal, los  trinos de los pájaros confinados en los oídos y el sol  se ha convertido en el reloj que marca pausadamente la diferencia entre el día y la noche.  Los ojos se han quedado encarcelados  en paredes y pantallas;  los pies, embarcados en las zapatillas, los  dedos, adheridos a los teclados… Los sueños se han quedado colgados de la primavera.

Y pasan los minutos y caen las horas… Y pasan las horas y se deslizan los días… Y el calendario apenas se mueve… Marzo, abril… Lunes, martes, miércoles…

Las voces, los abrazos y los  besos circulan  por los dispositivos electrónicos: son abrazos  virtuales, besos virtuales…  que saben a poco. Los niños y los adolescentes  no solo necesitan verse, necesitan tocarse: sentirse. Sus gestos están hoy  encarcelados;  sus anhelos, reprimidos; sus miedos, vividos.

Los niños de hace unas cuantas semanas parece  que de repente se han hecho mayores, se han hecho más responsables… Quizá  han asumido la responsabilidad del miedo. Porque, sí, tienen miedo.  Es el miedo de la incertidumbre. Su mundo de seguridades se ha tambaleado. Y lo tienen, porque captan la preocupación y la inseguridad de  las personas que los rodean y porque, de golpe, han aprendido lo que es la muerte, el sufrimiento, la soledad… Porque saben que algo grave ha golpeado la vida de todos.

Tienen que estudiar sin la presencia del profesor, ese guía de aprendizaje en los  conceptos y en los afectos… Y no es lo mismo. No, no es lo mismo. Ahora echan de menos el colegio o el instituto.  Y querrían volver.  Querrían ver a ese docente  que les sirve de modelo,  o incluso a aquel otro  que no les cae  tan simpático, porque necesitan la vuelta a la normalidad. 

¡Cuántas horas, cuántos días de convivencia con sus padres! Eso que tanto ansiaban cuando había poco tiempo para esa convivencia. Y sí, pueden  disfrutar de sus padres y sus padres de ellos, pero también son conscientes de que pueden agobiarlos. Ahora  hay  más tiempo para esa relación afectiva, pero  esta primavera un tanto invernal  también ha congelado un poco la manifestación de los  afectos.

Pero  el futuro sigue estando ahí, al otro lado de la puerta. Cuando desaparezcan estas rejas invisibles, los niños volverán a sentirse como pájaros libres,  desplegarán sus alas y volverán a volar…  Volarán  por el mundo mágico de las ilusiones, de las caricias…  Los acunará la primavera.  Los arrullará  de la vida. Porque la vida es suya y ahora, más que nunca, se van a sentir protagonistas de ella.  

Aprenderán a vivir, porque esta situación  enseñará  a vivir. Ojalá aprendan que en la vida es más importante el ser que el tener, que  sentirse queridos, libres y seguros  es poseer el mayor tesoro  de la vida, al que no puede igualar ningún capricho ni la posesión de ningún objeto. Que siempre tendrán la protección de las personas adultas… Que ellos también tienen que comprender a esas personas y allanarles la vida. Que es bueno tener memoria para contar algún día a sus hijos y nietos la experiencia que vivieron en la niñez. Porque la vida tiene luces y sombras. Y vivir es aprender y comprender.

Eran niños…  Que sigan siendo niños.

Porque los  niños son luz, los niños son alegría, los niños son dinamismo: los niños son la vida que bulle por   los caminos del futuro. Y las calles,  los colegios y los paisajes están deseosos de volver  a ver sus idas y venidas, sus mochilas de colores, sus carreras,  sus gritos, sus descubrimientos, su gozo: su libertad.  La vida en libertad necesita las sonrisas de los niños.  Cuando pueda percibirlas,  atrapará su resplandor y, alborozada, nos  las devolverá llenas de  sueños: llenas de un futuro color esperanza.


"Un futuro color esperanza". Foto:  MAR



"La vida... atrapará su resplandor..." Foto: MAR

8 comentarios:

  1. Precioso Margarita, con el corazón encogido lo he leído

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  2. El futuro está ahí, el futuro es de los niños, cuando ellos llenen la calle con sus gritos y carreras, el futuro de todos los demás estará mas cerca.

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    1. Pues sí, es muy raro no ver niños por la calle, en los parques, en las urbanizaciones... No oír niños es no oír la vida. Esperemos que pronto la vida vuelva a la calle.

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  3. La vida es bella. Y así la hemos vivido. Una bendición. Gracias Margarita

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    1. Es bella y veces dura. Pero hay que aceptarla así. Pero nos quedan los niños... Ellos son el futuro. Un abrazo.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.